lunes, 15 de diciembre de 2008

Sócrates y el arte evitar los conflictos.

En un viejo y ya casi olvidado texto Sócrates pronto se enfrenta a los argumentos de los sofistas (que hasta el momento han resultado irrebatibles) lanzando un nuevo concepto de “política”: el arte de evitar el conflicto entre los ciudadanos.

Ninguno de los contertulios le entiende, y va a necesitar muchas páginas para ofrecer una mínima explicación, dejando por el camino un buen puñado de cuentos (“mitos” los llaman), una teoría sobre la educación, una psicología, una ontología, una teoría sobre el conocimiento y una teoría sobre el gobierno (teorías todas a la manera platónica, esto es, propuestas dialógicas, ensayos de pensamiento).

Del planteamiento socrático se deduce que aquél que en el ejercicio de la política trabaje para promover el conflicto en su propio beneficio o en el de los suyos (como haría cualquier macho o macha alfa de una tribu de mandriles) no es verdaderamente un político, sino un sinvergüenza habitual.

Reparando en la situación que tenemos ante la vista, en esta supuesta España “plural” en que nos encontramos, no es difícil percatarse de que la tan cacareada “pluralidad” consiste en que siempre hay “dos”, ni uno más, los míos y los enemigos, y que la dualidad maniquea, se pretende extender (sea quien sea quien esté hablando, tirio rojo o azul troyano) hasta las más recónditas formas de la relación social: se trata de enfrentar a los hombres y a las mujeres, a los vascos y al resto de España, a los catalanes y al resto de España, a los murcianos y al resto de España, a Madrid y a toda España, a los padres y a los hijos, a los cónyuges entre sí sean del sexo que se tercie, a los divorciados, a los homo y a los hetero, a los píos y a los impíos, a los alumnos y a los profesores, a los funcionarios y al resto, a los públicos y a los privados, a los ancianos y a los jóvenes, a los poderosos y a los humildes, a los trabajadores y a los empresarios, a los intelectuales y a los obreros, a los autóctonos y a los emigrantes, a los comunitarios y a los de más allá, a todo quisqui de esta pulguera que llaman “aldea global”…

En definitiva, parece que el ejercicio de la política consistiría ahora en agigantar las diferencias hasta hacerlas inhabitables, insondables, en todos los territorios, desde el hogar hasta el Municipio, desde el último y recóndito pueblo hasta los límites más grandilocuentes del Estado planetario, y que, para tal fin, se pudiese utilizar siempre como arma la Ley (un algo que, según se nos ha acostumbrado a saber, sirve principalmente para beneficio propio y daño del enemigo).

Contra esta violencia la población tendría que defenderse volviendo a leer a Platón, pero ya no puede, porque bien se han ocupado de montar un “sistema educativo” que la vuelve prácticamente analfabeta. Ni siquiera de la “cultura popular”, la única que había poseído este país mal ilustrado, cabe esperar ya nada, porque ya no hay “cultura popular” (¿para cuándo, don Leguina, un post sobre las torticeras razones expuestas por la clase política al estado de la enseñanza en España?).

Es bueno que por lo menos un político (hay algunos más) se atreva a abrir un blog para ofrecer una plataforma de diálogo libre (palabra tan noble para los filósofos, tan prostituída en los últimos tiempos, cuando los mandriles han querido que la confundamos con lo que hacen cuando negocian con las pistolas sobre la mesa), y también es bueno que haga usted oídos sordos a los que le aconsejan que ceje en el empeño, recabando una lealtad acéfala, una sumisión incondicional a la tribu. Todavía recuerdo aquella vez que le ví paseando por la playa del Puntal, ensimismado en la arena. Quizás esa calma soledad sea lo único que merezca la pena llegados a estas alturas de vida. Un abrazo.

Comentario de Antonio Sánchez

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