martes, 2 de diciembre de 2008

MORENO - ANTILÓGICAS.

Esa molestia llamada verdad
El martes las entradas para la charla que anunciaba la Academia Sueca se agotaron por primera vez en la historia en el récord de un minuto. En esa fresca noche de Estocolmo se encontraron el escritor angloindio Salman Rushdie, de 59 años, y el narrador y periodista italiano Roberto Saviano, de 29.

La conversación entre los escritores -separados por el idioma, la cronología, las culturas- fue sobre lo tan raro que los une: ambos son "payadores perseguidos".

Y la cosa va bien en serio: a Rushdie, como es fama, el ayatollah Jomeini le decretó en 1989 una fatwa -pena de muerte, con la menuda recompensa del Paraíso y la bonita suma de 4 millones de dólares para el musulmán que la llevara a cabo- por considerar que blasfemaba contra el profeta Mahoma en su novela "Los versos satánicos"; a Saviano, la Camorra napolitana lo condenó a la misma pena hace dos años por publicar "Gomorra", una ficción demasiado parecida a la realidad para el paladar mafioso, ambientada en el Nápoles de nuestros días, ese paraíso de ilegalidad, corrupción y violencia.

Rushdie vivió en las catacumbas de la clandestinidad, protegido férreamente por la policía inglesa, al menos hasta 1998, cuando los feroces imanes que rigen Irán dieron algunos signos de que quizá no se cumpliera la sentencia.

De todas formas ya habían hecho lo suyo: en 1991 el traductor japonés de "Los versos satánicos" fue asesinado y ese mismo año apuñalaron al traductor al italiano en Milán; en 1993 el editor noruego de la novela fue tiroteado y salvó la vida por poco y también en ese año 37 personas murieron quemadas en un hotel de la ciudad de Sivas, Turquía, por manifestantes que expresaban tan fogosamente su indignación contra el traductor del escrito al turco, Aziz Nesin. Quizá por todo eso Rushdie, a pesar de las señales de distensión, sigue prefiriendo la compañía nada literaria de los guardaespaldas del Scotland Yard.

A Savino también le recetaron la misma medicina y trajina sus días furtivos bajo custodia. Hace poco se desbarató un intento de volarlo por los aires. Seguramente no contribuye a su serenidad de espíritu que el capo napolitano Carmine Schiavone, desde la cárcel, haya puesto como plazo una fecha sacra como la Navidad de este año para que cese su hospedaje entre el variado mundo de los vivos.

"La escritura da miedo -dijo Saviano en la charla- porque conecta la barbarie con la cabezas y los corazones de los lectores. Y eso es peligroso. Pueden matarme a mí, pero ya es demasiado tarde para acabar con todos los lectores de Gomorra". E inquietó: "En esta sociedad podemos hablar, opinar, incluso gritar. Pero no podemos traspasar la barrera del silencio: viajar más allá de las cosas que no se pueden decir."

Su veterano compañero de infortunio le dio la razón: "Son tiempos difíciles para la libertad de expresión. Fíjese que los más importantes escritores del mundo árabe están en el exilio. Siempre que edito un nuevo libro me preguntan: ¿a quién busca cabrear esta vez? Y yo digo: si la literatura no puede consternar a los poderosos, no sirve de nada. El hombre es un animal contador de historias y los violentos y los poderosos quieren controlar el modo en que se cuentan las historias. Quieren que se relaten a su manera. Porque así pueden controlar a la gente."

Ese mismo martes, a miles y miles de kilómetros y culturas de la mullida tranquilidad de la Academia Sueca, unos doscientos impresentables del gremio de camioneros bloquearon las plantas de impresión de los diarios argentinos "Clarín" y "La Nación" y los centros de distribución de periódicios y revistas. El brutal ataque a la libertad de expresión se realizó ante la mirada impávida de la Policía y la indiferencia de las autoridades entre cuyos deberes figura el de custodiar esa libertad. Pablo Moyano, hijo del líder de la CGT y aliado clave político del Gobierno, comandaba a los forajidos.

Para que no quedara duda alguna, para transparentar la grosería, Moyano padre ordenó levantar el atentado con un llamado hecho desde el mismo despacho del ministro del Interior, con quien estaba -¿mera casualidad?- reunido.

La Presidenta en numerosas ocasiones se ha referido al "relato" periodístico como versión de la realidad. Quizá todo se deba a una lectura errática de ensayos como "La construcción de la noticia", de Miguel Rodrigo Alsina, algo tergiversados y malogradamente sacralizados por cierta academia.

No resulta errado postular, en cambio, que el periodismo -cuando es de calidad- no es un cuento relatado para idiotas que no distinguen realidad de ficción sino para quienes buscan conocer la textura íntima de la verdad.

Este tipo de producción no suele coincidir con el objetivo de "los poderosos que quieren controlar el modo en que se cuentan las historias". Por eso, en general, el público que está en condiciones de respirar y comer un alfajor al mismo tiempo prefiere la prensa independiente a la oficial o paraoficial, en el caso de que haya sido comprada.

Pero no es con métodos mafiosos como se resuelve esta contradicción. Ni con barbarie.

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