lunes, 29 de diciembre de 2008


26 diciembre, 2008 - Lluís Bassets


Días peligrosos
La última semana no admite bromas.
Adelantar los resúmenes y la selección de las noticias más destacadas es un ejercicio lleno de riesgos. La experiencia demuestra que los hados pueden apurar hasta el último día para soltar su hachazo.

Las víctimas colaterales e incruentas son los comentaristas que han zanjado el signo del año prematuramente, antes de que termine la partida y luego han quedado en evidencia. Les sucede, nos sucede, como a estos aficionados que salen del estadio cinco minutos antes de que termine el encuentro para eludir los atascos y cuando encienden la radio al llegar al coche se dan cuenta de que el resultado ha dado un vuelco vertiginoso.


Así ha sucedido en tres de los cuatro últimos años. El 27 de diciembre de 2007, un coche bomba segó la vida de Benazir Bhutto en Rawalpindi, a los 70 días de su regreso del exilio y a dos semanas de unas elecciones generales que luego fueron aplazadas.

El 30 de diciembre de 2006, el mundo entero pudo ver las imágenes de Sadam Husein colgado de la soga en una mazmorra de Bagdad.

El 26 de diciembre de 2004, un movimiento sísmico marino, el mayor de los últimos cien años, asolaba las costas de Indonesia y de todo el sureste asiático.

Cada una de estas noticias tiene una consistencia y una profundidad que las convierte en balizas de la época. Marcan un antes y un después. Definen el signo de los tiempos e iluminan el transcurrir del año con una luz distinta. Es bien claro en el caso del asesinato de Bhutto, un momento de cambio dramático para Pakistán, el país donde anida y cría la serpiente de Al Qaeda.

Lo fue también el tsunami, por su extensión, el número de víctimas y el despliegue de ayuda humanitaria. Lo mismo cabe decir del dictador iraquí, ahorcado por policías chiíes, que le insultaron y vejaron antes de terminar con su vida, para que quedara claro qué tipo de justicia se estaba instalando en el nuevo Irak y cuán difícil iba a ser la convivencia entre las distintas comunidades étnicas y religiosas.

Ese 2008 que ahora termina ha dado ya una buena ración de noticias trepidantes. Hay incluso una dura competencia entre ellas para ver cuál se sitúa en cabeza como el acontecimiento del año e incluso de la época. La guerra entre Rusia y Georgia, en agosto, fue recibida por muchos comentaristas como un auténtico parteaguas, un momento crucial en que el oso ruso militarista y autoritario rompía de un zarpazo el equilibrio de la época y se declaraba presto a existir como gran potencia en el continente europeo.

El conflicto estalló al día siguiente de la apertura de los Juegos Olímpicos de Pekín, la puesta de largo deportiva y organizativa de la República Popular China como superpotencia emergente, que superó a EE UU en medallas de oro, saciando con ello el orgullo nacional y las ansias de reconocimiento. Ambos acontecimientos competirán en las cronologías del futuro, sobre todo porque expresan una misma corriente de fondo: son las orejitas del nuevo mundo multipolar o post-americano que asoman justo a mitad de la carrera de relevos presidencial en EE UU.


Si hay años en que todo sucede en sus últimos días, en este 2008 ha sido la segunda mitad la de mayor concentración noticiosa. De ahí que se antoje difícil otra más, de mayor alcance, que se interponga entre nosotros y el año nuevo. Pero no se puede descartar: hemos aprendido que todas las transiciones son peligrosas y que lo son especialmente las presidenciales, momento en que bullen las conspiraciones para cambiar los mapas y el paso al presidente entrante. Quedan 26 días para la de Obama y seis de transición calendaria. Entre Navidad y Fin de Año las guardias están bajas, las agendas vacías y el ala de cualquier mariposa puede levantar un huracán en el otro punto del planeta.


Será difícil superar la quiebra de Wall Street, con la fecha del 15 de septiembre como emblema, cuando desapareció Lehman Brothers, hasta entonces demasiado grande para caerse; o este 11 de diciembre con la pequeña y dolorosa réplica de la pirámide de Madoff. O el impacto del 4 de noviembre, día de una elección presidencial única en la historia de EE UU, que compite con las de Lincoln y Roosevelt. O ese 29 de noviembre de la infamia terrorista en Bombay. Podrían ocurrir, en cambio, pequeños y cada vez más insignificantes acontecimientos como fue que Irlanda rechazara el Tratado de Lisboa: la presidencia checa de la UE es uno de ellos. Y sobre todo, lo que no encontrará parangón en siete días y ni siquiera en siete años será la imagen del año: ni parteaguas, ni acontecimiento definitorio, pero sí emblema que concentra la tragedia y el potencial conflictivo de todos los otros acontecimientos. Son esos zapatos árabes lanzados contra Bush, símbolo de un rechazo y de una derrota sin remedio, resumen de 2008 y de toda la presidencia.


Pero hay que ir con cuidado con la última semana. No admite bromas. Y menos las admitirá ese año 2009 que asoma su negra cabeza.
















Lluís Bassets

Una luz en la tiniebla

¿Una luz en la tiniebla? Sí, la luz de la conmoción y el pavor.

La blanca faz de los muertos.


Los trescientos sudarios y las vendas que envuelven al millar de heridos.


Esa es la única luz que nos ilumina en la oscuridad y nos conduce hacia el abismo, esa luz que es el abismo mismo en esos días peligrosos en la que nos hemos sumergido. En dos días el mundo ha revivido escenas que parecen llegadas de otra época.




Una población civil indefensa, secuestrada por unos y otros, escudos humanos de los de un lado y objeto de castigo colectivo de los del otro, sin que nadie se responsabilice de su seguridad y de sus vidas frágiles. Ciudades donde un poder detestado esconde sus cuarteles y arsenales, que son bombardeadas desde el aire como escarmiento por sus enemigos.

En nuestra época, precisamente en el momento en que todos acordamos que así no debe actuarse, con razón o sin ella, con razones o sin ellas. Ya no vamos a dar aval ahora a Dresde y Hamburgo, a Hiroshima y Nagasaki, a Hanoi o Grozni, a Ashkelon y Sderot, aunque sea bajo bombas rudimentarias pero de igual perversidad, ¿cómo podríamos darlo a Gaza bajo las bombas?

¿Quién responde por la vida de esos niños, de esas mujeres, de esos ancianos? ¿Quién en sus cabales considera culpables y condenados de antemano a esos pobres cadetes que juraban sus cargos en los cuarteles de policía de la franja? No es Hamas, por supuesto, que manda e impone su orden terrorista en el territorio, incapaz de resolver el dilema entre la obligación de gobernar y proteger a su población y su obsesión por matar israelíes en cualquier momento. No es el gobierno israelí, sólo faltaría, que cuenta con un ejército de poder infinito y tiene todos los apoyos internacionales para hacer y deshacer con acciones como ésta y muchas otras, pero sólo se responsabiliza de la población israelí, de su población, y nada quiere saber de su responsabilidad como fabricante de exilios y de desesperación de esa otra población con la que vive yuxtapuesta.

No son ni siquiera sus vecinos árabes, que miran hacia otro lado o incluso coordinan sus militares y sus servicios secretos: Hosni Mubarak estaba perfectamente enterado de lo que se llevaban entre manos los israelíes; también Jordania y Arabia Saudita estaban en el ajo: nada les preocupa más que el poder creciente de Hamas y su disposición a convertirse en servomecanismo del fundamentalismo chiíta e iraní. La propia ministra de Exteriores Tzipi Livni informó personalmente al rais egipcio en un viaje de urgencia pocas horas antes del ataque. Tampoco se responsabilizan la primera potencia mundial y la comunidad internacional, con la Unión Europea al frente y Naciones Unidas en el vértice. ¿Dónde queda la responsabilidad de proteger? ¿Dónde la nueva política de Obama hacia las poblaciones indefensas?

Esa operación ha sido preparada minuciosamente por los políticos israelíes, unánimes y apoyados por un amplio consenso social y político interno, desde hace seis meses, según informa Haaretz. Con el propósito de rebajar los humos de Hamas y degradar su poder sobre la franja. Están los objetivos militares: 40 túneles que comunican con Egipto, donde pasan mercancías y armas y se cobran impuestos oficiosos; los cuarteles e instalaciones militares; las prisiones y los estudios de televisión; algunas mezquitas. Pero está sobre todo el objetivo central: esa conmoción y ese espanto que había que difundir entre sus dirigentes y sus bases sociales para que se persuadieran de que con Israel no se juega.


El debilitado y dimisionario Ehud Olmert
, procesado por supuesta corrupción política y denostado por su mala conducción de la guerra del Líbano, ha querido quitarse esa gran espina clavada antes de irse. El ejército de Israel debía recuperar su capacidad disuasiva y su imagen invencible fuertemente dañadas en aquel trágico verano de 2006. Nada más claro que buscar un enfrentamiento bien medido con Hamas que condujera al partido fundamentalista a una derrota nítida. Por difícil y miserable que sea vivir en Gaza bajo la férula de los fundamentalistas islámicos, éstos vienen apuntándose tantos ante su población desde hace tres años.

En verano de 2005 Israel desalojó las colonias de la franja con sus 2.000 habitantes. En enero de 2006 Hamas ganó las elecciones legislativas palestinas, superando en el día a día el boicot internacional contra un Gobierno que juega a la vez a las urnas y al terrorismo. En junio de 2007 Hamas arrebató el poder con las armas a Fatah en Gaza y un año después accedió a declarar este alto el fuego, a instancias de Egipto, ahora roto. Para los extremistas islámicos cada uno de estos pasos eran premios y estímulos a seguir en el camino violento, que iban acompañados de mayor rearme y reclutamiento.


Por eso la operación empezó a prepararse justo cuando Egipto consiguió arrancar la tregua de seis meses: Israel los ha utilizado para organizar esta guerra de fin de año, localizar y fijar los objetivos, buscar las complicidades internacionales, echar las redes de espionaje… Sabía que al terminar la tregua sería imposible que Hamas siguiera conteniéndose: la provocación estaba asegurada. Y así fue: 300 cohetes en apenas seis días, un muerto y varios heridos, la población fronteriza aterrorizada y una fuerte presión sobre el Gobierno para una respuesta rápida y dura. El siguiente paso fue la desinformación: dar a entender que todavía no se había decidido atacar, mientras empezaban a funcionar los canales internacionales oficiosos para preparar el ataque.

Todo ha salido, hasta ahora, a pedir de boca. Sólo falla el factor humano. Esas molestas víctimas cuyas fotos revuelven las conciencias, esas historias de muerte y dolor que quiebran los ánimos y enajenan las simpatías.

El escritor israelí Amos Oz ha reivindicado el derecho de Israel a defenderse; pero también ha asegurado que estos bombardeos son un crimen de guerra y un crimen contra la humanidad. Un destello de luz rasga la oscuridad, y esta vez no viene de una explosión sino de una voz honesta y libre.

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