sábado, 15 de noviembre de 2008

PRIMERA HISTORIA LITERARIA MEXICANA - 1755

PROPUESTA PARA UNA PERIODIZACION GENERACIONAL DE LA LITERATURA MEXICANA


I


El inicio de la historiografía cultural hispanoamericana se suele ubicar en 1755, cuando Juan José de Eguiara y Eguren publica el primer tomo de su Biblioteca mexicana. El motivo que lo impulsaba era simple: demostrar mediante un nutrido listado de escritores y libros, la existencia de un proceso cultural propio de Hispanoamérica -México, ejemplarmente-, que se remontaba hasta antes de la conquista española. De esta forma refutaba con hechos concretos los conceptos despectivos que se manejaban en Europa -en España de manera especial- sobre México e Hispanoamérica en general.
Junto a este empeño historiográfico, Eguiara y Eguren también trazó la primera periodización cultural hispanoamericana distinguiendo dos etapas: la anterior a la conquista española -"la de las antiguedades mexicanas"- y la colonial -"desde que América comenzó a ser señoreada por los españoles"-. Esta tan obvia división cultural alcanzó a lo largo del siglo XIX y la primera mitad del XX una serie de agregados que buscaban matizar la periodización desde la experiencia histórica de la independencia y la instauración de los regimenes republicanos. El resultado fue elemental, a la vez que generalizador: Conquista, Colonia, Independencia y República. El período Prehispánico era por lo general marginado bajo el poco discutible criterio de que la cultura que se desarrollaba en Hispanoamérica podría ser mestiza pero el elemento dominante era categóricamente español.Los intentos de periodización literaria que desde Eguiara y Eguren pueden encontrarse en las historias literarias continentales o nacionales de los países hispanoamericanos, marcan siempre divisiones basadas en acontecimientos políticos, en la preponderancia de géneros literarios, en la influencia de individualidades estimadas geniales o, incluso, de aislados grupos generacionales que representan algo asi como la floración inesperada de una "generación espontánea".
Los estudiosos del tema concuerdan en hallar en estos intentos de periodización excesivos elementos confusos y provenientes de otras disciplinas, y parecen aceptar que recién en 1945 se realizó "el primer intento de redactar una historia literaria de Hispanoamérica de acuerdo con los más científicos criterios periodológicos" (1): El mérito corresponde a Pedro Henríquez Ureña con su libro Las corrientes literarias en la América hispánica (2).

1. Portuondo, Jose Antonio: "Períodos" y generaciones" en la historiografía literaria hispanoamericana", en: Cuadernos Americanos, Año VII, Nro. 3, Mayo-junio de 1948. Pág. 241. Aunque la cita proviene de Portuondo, debe reconocerse que no es el primero ni el último en hacer esta valorización sobre la periodización de Pedro Henríquez Ureña.
2. Henríquez Ureña, Pedro: Las corrientes literarias en la América Hispánica. Traducción de Enrique Díez-Canedo. Fondo de Cultura Económica. Biblioteca Americana. México, 1949 (la primera edición fue en ingles, publicada en 1945). 340 págs.

Al margen de lo que pueda aceptarse y rechazar a lo propuesto por Henríquez Ureña, la periodización más útil con la que contaríamos quedaría conformada de la siguiente manera:

1. El descubrimiento del Nuevo Mundo en la imaginación de Europa.
2. La creación de la nueva sociedad (1492-1600).
3. El florecimiento del mundo colonial (1600-1800).
4. La declaración de independencia intelectual (1800-1830).
5. Romanticismo y anarquía (1830-1860).
6. Período de organización (1860-1890).
7. Literatura pura (1890-1920).
8. Problemas de hoy (1920-1940).

Henríquez Ureña, como puede apreciarse, no acierta a dividir la época colonial y la periodiza en dos grandes etapas: uno de 108 años y otro de 200 de duración. El origen de esta falta de metodología para la etapa colonial se fundamenta en dos razones: una que se oculta -nuestra general ignorancia sobre esos largos siglos- y otra que se expone: la obra literaria es escasa e insignificante, no existen corrientes o grupos literarios con personalidad propia, las excepcionalidades no crean períodos, toda la producción es en demasía semejante en su mediocridad, en su exceso oratorio y en su tendencia al culturalismo; en fin, nada que justifique periodizar la amorfidad.

Para los períodos que se inician con el siglo XIX, Henríquez Ureña recurre a divisiones de caracter genealógico (30 años) sin tomar en cuenta las periodizaciones generacionales (15 años) que comenzaron a vislumbrarse en el siglo XIX para trabajar en las manifestaciones o acontecimientos históricos y sociales, y que en el mundo de habla hispánica había expuesto José Ortega y Gasset con pretensión científica en la tercera década del siglo XX, y de la que ya existía una buena cantidad de trabajos, teóricos y prácticos, en el que se aceptaba las divisiones de 15 años o se discutía sobre ellas, pero dejando de lado de forma definitiva la división genealógica de 30 años.En consecuencia, si consideramos metodológicamente excesivos los dos períodos coloniales y desfasados teóricamente los períodos del siglo XIX, sólo queda de esta clasificación de Henríquez Ureña los nebulosos períodos del siglo XX -"literatura pura" y "problemas de hoy"- que no pueden aceptarse ni manejarse con un mínimo de rigor histórico en las periodización literaria de Hispanoamérica o de cualquiera de los países que la conforman



II


A partir del trabajo de Henríquez Ureña, varias historias literarias continentales y nacionales se han elaborado periodizando según criterios geneológicos o generacionales más estrictos, pero careciendo de rigor metodológico al estrechar o ampliar los períodos de acuerdo a las necesidades expositivas del historiador. La propuesta más afortunada en difusión (3) de las realizadas para la metodología de la periodización hispanoamericana, es la presentada en 1963 por José Juan Arrom basándose en una metodología conceptualidad generacional geneológica (4). Después de analizar los trabajos de Julio A. Leguizamón, Luis Alberto Sánchez, Enrique Anderson Imbert, José Antonio Portuondo y Pedro Henríquez Ureña, Arrom llega a la conclusión de que todas están equivocadas por errar en el año en que se inicia la periodización (1492), ya que las generaciones a las que pertenecen Colón, Pizarro, Cortés, etc., corresponden a fechas anteriores al del descubrimiento de América. Lo más conveniente, en su opinión, es volver al punto en que dejó el tema Henríquez Ureña y desde ahí partir en una nueva dirección. El esquema que propone es el siguiente:

3. Esta afirmación es muy relativa y de ahí mi intención de especificar que es desde un punto de vista de difusión, lo cual, asimismo, también resulta muy relativo. No puede dejarse de mencionar en este tema de la periodización generacional -basándose en los 15 años propuestos por Ortega y Gasset y otros teóricos-, los trabajos del chileno Cedomil Goic y del peruano Antonio Varillas Montenegro. Probablemente Goic sea en la actualidad la primera autoridad en el campo de la periodización generacional literaria hispanoamericana.4. Arrom, José Juan: Esquema generacional de las letras hispanoamericanas. Ensayo de un método. Instituto Caro y Cuervo. Bogotá, 1963. 239 págs.

Generación- Nacimiento- Predominio-Grupo caracterizador

1 1474 1444-1474 1474-1504 Descubridores
2 1504 1474-1504 1504-1534 Conquistadores
3 1534 1504-1534 1534-1564 Fundadores
4 1564 1534-1564 1564-1594 Primeros criollos
5 1594 1564-1594 1594-1624 Iniciadores del barroco
6 1624 1594-1624 1624-1654 Continuadores del barroco
7 1654 1624-1654 1654-1684 Continuadores del barroco
8 1684 1654-1684 1684-1714 Continuadores del barroco
9 1714 1694-1714 1724-1744 Continuadores del barroco (Rococó)
10 1744 1714-1744 1744-1774 Enciclopedistas
11 1774 1744-1774 1774-1804 Precursores
12 1804 1774-1804 1804-1834 Libertadores
13 1834 1804-1834 1834-1864 Románticos
14 1864 1834-1864 1864-1894 2a. Gen. Romántica (Transición al modernismo)
15 1894 1864-1894 1894-1924 Modernistas y posmodernistas
16 1924 1894-1924 1924-1954 Vanguardistas y posvanguardistas
17 1954 1924-1954 1954-1984 Reformistas

Es difícil aceptar esta nueva propuesta de Arrom. No creo que el problema de la etapa colonial se resuelva creando subdivisiones forzadas de 30 años para cubrir un lapso de 121 años (1624-1744) con la etiqueta global de "continuadores del barroco". Y me parece poco serio cubrir un período de 60 años del siglo XIX con las anodinas denominaciones de "románticos" y "segunda generación romántica". Más artificialmente subdividido que el esquema de Henríquez Ureña y más preciso en sus denominaciones del siglo XX, el trabajo de Arrom en realidad no resuelve problemas, continúa dejando entre nebulosas la etapa colonial, amplía excesivamente los periodos del siglo XIX y del XX, y utiliza la clásica y caduca división genealógica (30 años) para elaborar sus períodos.

De todo lo expuesto hasta ahora -dejando al margen lo afortunado o no de lo obtenido-, lo que resulta evidente es la persistencia en tratar de periodizar la historia literaria hispanoamericana para estudiarla con cierta metodología. Para ello se ha recurrido indistinta y confusamente a referentes históricos, sociales o políticos, a géneros literarios, a personalidades destacadas, a divisiones generacionales genealógicas, y se ha periodizado a gusto del historiador, sin conservar algún rigor teórico al aplicar las divisiones de los esquemas.



III


En México, al igual que en otros países de Hispanoamérica, se ha intentado durante el siglo XX periodizar su historia, destacándose en ese rubro los trabajos de Wigberto Jiménez Moreno y de Luis González; y en el campo circunscrito a la cultura y a la literatura, las propuestas de José Luis Martínez, Francisco Monterde, Carlos Monsivais y Enrique Krauze. Si algún rasgo destaca en los dos primeros trabajos, es la aplicación -entre burlas y veras en González- de la teoría y metodología generacional de 13 y 15 años respectivamente, a partir de lo propuesto por Ortega y elaborado por Marías (5), empleando también los rasgos identificatorios señalados por Petersen (6); lamentablemente ambos trabajos amplian y estrechan la cronología de acuerdo a sus conveniencias expositivas (7). José Luis Martínez presenta un esquema en exceso amplio (8); Monterde lo limita a la denominación romántica (9); Monsivais a grupos culturales del siglo XX, desechando la validez de las clasificaciones generacionales y periodizando de acuerdo a criterios subjetivos (10); y Krauze, con rigor, aplica el método de Ortega, pero sólo al siglo XX (11).

5. Marías, Julían: El método histórico de las generaciones, en: Obras, VI. Revista de Occidente. Madrid, quinta edición, 1970 (la primera edición es de 1949). Págs. 7 a 172. Todas las citas de Marías provienen de esta edición. Para Marías, el planteamiento de Ortega sobre la teoría de las generaciones se remonta a 1914, en Vieja y nueva política, y llega hasta 1943, en su trabajo publicado en alemán: Velázquez; igualmente, Marías considera que los dos trabajos capitales de Ortega sobre la teoría son: El tema de nuestro tiempo (1923) y En torno a Galileo (1933). A pesar de la buena voluntad de Marías de reconocer méritos a su maestro, lo cierto es que fue a él a quien correspondió sintetizar y ordenar las ideas que sobre las generaciones Ortega expuso de forma dispersa y sin profundizar.
6. Petersen, Julius: "Las generaciones literarias", en: Filosofía de la Ciencia literaria, Fondo de Cultura Económica, México, 1946. Págs. 137 a 193.
7. Wigberto Jiménez Moreno esboza una primera división generacional en el apéndice al libro Historia de México. Una síntesis, que publicó en colaboración con A. García Ruiz en 1962. En 1974 publicó, en el Seminario de Cultura Mexicana, El enfoque generacional en la historia de México, donde expone la división generacional que se incluye en este trabajo. Luis González, siguiendo a Jiménez Moreno, plantea su propuesta de división generacional para la historia de México en La ronda de las generaciones, SEP Cultura, México, 1984. La división incluida páginas más adelante proviene de esta edición (el texto esta también incluido en su libro Todo es historia, Cal y Arena, México, 1989).
8. Martínez, José Luis: "Las Letras patrias (De la época de la independencia a nuestros días)", en: México y la cultura. Secretaría de Educación Pública. México 1944. Págs. 385 a 472. La división utilizada es: "Independencia (1808-1820)", "Conquista de la República (1821-1867)"; "Nacionalismo literario (1867-1894)", "Modernismo (1894-1911)" y "Nuestro siglo".

9. Francisco Monteverde, siguiendo a Jiménez Moreno, expuso en "Cultura y ambiente social de las generaciones románticas de México", discurso de ingreso al Seminario de Cultura mexicana en 1964, una división generacional que abarca en realidad todo el siglo XIX (nacidos entre 1790 y 1863), en períodos de 13 años y que resuelve llamándolos "prerrománticos", "románticos" -constituidos por tres generaciones-, "segunda generación romántica" y "posrománticos" (incluido en su antología Figuras y generaciones literarias, UNAM, Biblioteca del Estudiante Universitario, 127, México, 1999).10. Monsiváis, Carlos: "Proyecto de periodización de historia cultural de México", en: Texto Crítico, Universidad Veracruzana, Año I, Núm. 2, México, julio a diciembre de 1975. Págs. 91 a 102.
11. Krauze, Enrique: "Cuatro estaciones de la cultura mexicana", en Vuelta, Volumen V, Nro. 69, México, noviembre de 1981. Págs. 27 a 42 (incluido en su libro Mexicanos eminentes, Tusquets, México, 1999).

IV

Las dos periodizaciones generacionales de la Historia de México son las siguientes:
A. La de Wigberto Jiménez Moreno, con sus denominaciones complicadísimas para cada una de ellas:

1. Pre-ilustrada: nacidos entre 1689/90-1703.
2. Proto-ilustrada: nacidos entre 1704-1717.
3. Pleni-ilustrada: nacidos entre 1718-1731.
4. Epi-ilustrados: nacidos entre 1732-1745.
5. Post-ilustrados y pre-insurgentes: nacidos entre 1746-1759.
6. Proto-insurgente: nacidos entre 1760-1772.
7. Pleni-insurgentes: nacidos entre 1772-1785.
8. Epi-insurgentes: nacidos entre 1785-1797.

9. Post-insurgente, Pre-reformista y pre-romántica: nacidos entre 1797-1809.
10. Protorreformistas y proto-románticos: nacidos entre 1810-1823.
11. Pleni-reformistas, pleni-románticos: nacidos entre 1824-1837.
12. Epi-reformistas, epi-románticos, pre-realistas, pre-modernistas y proto-científicos: nacidos entre 1838-1850.
13. Post-reformistas, post-románticos, proto-realistas, proto-modernistas, pleni-científicos: nacidos entre 1850-1863.
14. Pleni-realista, pleni-modernista, epi-científica, proto-revolucionaria; nacidos entre 1864-1875.
15. Epi-realista, epi-modernista, pleni-revolucionaria: nacidos entre 1875-1889.
16. Post-realista, post-modernista, epi-revolucionaria: nacidos entre 1890-1903.
17. Post-revolucionaria, pre-revolucionaria, pre-revisionista: nacidos entre 1904-1917.
18. Proto revolucionaria, proto-revisionista: los desencantados: nacidos entre 1917-1929/1930.
19. Pleni-revolucionarios, pleni-revisionista: los impacientes: nacidos entre 1929/1930-1943/1944.
20. Epi-revolucionaria, epi-revisionista:
acelerados, precozmente maduros o prematuros: nacidos entre 1943/1944-1956;

B. La jocosa de Luis González, con sus imprecisiones de fechas:

1. La pleyade la Reforma: nacidos entre 1806-1820 o entre 1810-1824, o entre 1809-1824 (12).
2. La generación Tuxtepecadora: nacidos entre 1825-1840.
3. Los científicos: nacidos entre 1841-1856.
4. La centuria azul: nacidos entre 1855-1870.
5. Revolucionarios de entonces: nacidos entre 1873-1888.
6. Revolucionarios de ahora: nacidos entre 1889-1905.

12. En este primer período, que será determinante para los sucesivos, González comienza fijando los años de 1806 a 1820, pero sin mayor explicación, de pronto salta a los años 1810-1824, luego juega con los años 1809 a 1824 y finalmente enlista en los cuadros del apéndice a los nacidos de 1806 a 1825. Si González hubiera mantenido su propuesta inicial -1806 a 1820- para la fecha de nacimiento de la generación que denomina "La pleyade de la reforma", su división y la mía coincidirían con exactitud, pues tales son los años que empleo para agrupar a los miembros de lo que con Altamirano llamamos "La generación de Letrán".



V


Si se aceptan como referentes prácticos la periodización de Jiménez Morales con sus poco exactos trece años de promedio -tal como él lo propone por su "familiaridad con el sistema prehispánico en que los años se cuentan por trecenas"-, y la de González, a pesar de su poco rigor en los límites de los años de nacimiento de los personajes de sus divisiones, se tendrían unos primeros esquemas sobre los cuales poder basar cualquier periodización que se desee hacer del siglo XIX mexicano para estudiar su literatura. Tanto Jiménez como González exponen a su manera las características resaltantes de las generaciones que estudian, señalan personajes epónimos, enlistan miembros, determinan fechas de cambios, y -en el caso de González- analizan a las generaciones ortodoxamente a través de las cinco etapas de 15 años que corresponden a la evolución interna de cada una de ellas: niñez (desde el nacimiento hasta los 15 años); juventud (desde los 16 años hasta los 30); iniciación (desde los 31 hasta los 45 años); predominio (desde los 46 hasta los 60 años); y vejez (desde los 61 años hasta la muerte de sus integrantes).



VI


Ahora cabe preguntarse: ¿Es posible trabajar con la teoría y metodología de las generaciones propuesta por Ortega y sintetizada por Marías, y ordenar el estudio de la literatura mexicana del siglo XIX en períodos regulares de 15 años de duración?

Quince años puede considerarse un tiempo arbitrario que parece justificar aplicarlo sin rigor, tal como lo hace Jiménez Moreno -que prefiere emplear 13 años, variarlo e incluso transversar fechas- o como lo maneja González, que restringe o amplia las fechas de acuerdo a conveniencias expositivas. Recurrir a los 30 años que utilizan en sus trabajos Henriquez Ureña, Portuondo y Arrom, por ejemplo, podría ser válido, pero resultan excesivos ante cualquier observación empírica que se aplique al desarrollo histórico de la literatura hispanoamericana y mexicana.
Lo cierto es que parece evidente que no se puede enfrentar el estudio del siglo XIX, ni ningún otro, como un todo homogéneo: la periodización se impone como una necesidad ineludible. ¿Qué criterio manejar? ¿Recurrir a los géneros literarios y terminar dividiendo el siglo en períodos Pre-románticos, Románticos y Post-románticos, o con la denominación sustituta que se requiera? ¿Periodizar siguiendo la historia y contentarse con períodos llamados Independencia, Imperio, Reforma, Segundo Imperio, Restauración, Porfiriato, etc.? ¿Dividir al antojo del historiador el trabajo literario de un siglo o los siglos?


VII


En el siglo XIX, Auguste Comte fue el primero en exponer que el desarrollo de la historia, el movimiento social, se produce mediante cambios que no responden al ámbito individual ni al familiar. En la sociedad -dice- existe un conjunto de nociones fundamentales, de convicciones últimas, que se conservan, modifican o cambian nediante innovaciones que plantean las diversas generaciones que se suceden en la vida social.

Aunque no se elaboró en el siglo XIX una teoría social de las generaciones de forma convincente y científica, lo cierto es que a partir de 1839 -desde el primer vislumbre de Comte- diversos estudiosos europeos analizaron la evolución histórica de sus sociedades y, mediante estadísticas y comprobaciones empíricas, plantearon períodos generacionales que estaban más próximos a los 15 años que a los convencionales 30 años que se empleaban. Marías, en su excursión histórica en busca de antecedentes a la teoría de su maestro Ortega, cita, junto al de Comte, los nombres de John Stuart Mill (1806-1873), Justin Dromel (1826-?), E. Littré, Emile Durkheim, Jean Louis Giraud, llamado Soulavie (1753-1813), y su seguidor Louis Benloew, A. Cournot, Guissepe Ferrari (1812-1876), Gustav Rümelin (1815-1889), Wilhelm Dilthey (1833-1911), Leopold von Ranke (1795-1886), Ottokar Lorenz (1832-1907), como los antecedentes decimonónicos de la preocupación teórica por conceptualizar científicamente el término y el método de las generaciones en su aplicación al estudio y análisis de la sociedad.

Todos estos estudiosos -dice Marías- se interesaron de alguna manera en el tema, pero se ignoraron mutuamente -con pocas excepciones- y no encadenaron sus avances teóricos y metodológicos. En resumen: que "no hay ni puede haber en el siglo XIX una teoría de las generaciones, porque no hay en él una teoría de la vida histórica y social, que es justamente el lugar de ellas. Sólo ha habido anticipaciones parciales".
Si se enumera lo que se llegó a saber de manera dispersa sobre el método histórico de las generaciones en el siglo XIX, se puede esbozar así:

1. El mecanismo de la variación histórica por generaciones.
2. La idea de las generaciones "como equipos humanos que toman posesión de la sociedad".
3. La duración de la generación dividida en período de 15 años.
4. Un bosquejo de la estructura de la generación como determinación esencial de la vida humana y de la convivencia.

De forma paradójica -continúa Marías-, esto que se sabía en el siglo XIX en realidad no lo sabía nadie de forma acumulativa: eran conocimientos que se hallaban repartidos entre los diversos libros de los estudiosos citados antes. Para dar una idea de lo que se ignoraba en el siglo XIX, Marías vuelve a trazar una lista sumaria:

1. El lugar de las generaciones: todos caen en el error genealógico y reducen la generación a la vida política.
2. La realidad de las generaciones: las confunden con la realidad de los individuos o con ciertas determinaciones estadísticas. Falta la idea de vigencia que es decisiva.
3. La relación dinámica entre masas y minorías.
4. La relación contemporaneidad-coetaneidad y la articulación efectiva entre las generaciones.

En conclusión: si bien es cierto en el siglo XIX surgió la idea de la teoría de las generaciones al margen de los fundamentos geneológicos, no llegó a estructurarse intelectualmente como un método de aplicación científica para el estudio de la sociedad en su totalidad. Para que esto se diera -explica Julián Marías- se tuvo que esperar a que surgieran las exposiciones teóricas de Ortega y Gasset sobre la razón vital (13).

13. Este apartado se basa en su integridad en el libro citado de Julían Marías; cualquier error que exista en su exposición es de mi exclusiva responsabilidad.



VIII


En el campo de la literatura -que es el que me interesa-, Marías señala un par de antecedentes en la aplicación de esta teoría de periodización.
La primera es de Federico Schlegel, quien en unas conferencias de 1812, recogidas en libro en 1815, utiliza el concepto de generación para dividir en tres períodos la literatura alemana de la segunda mitad del siglo XVIIl. Como reprocha Marías, "en ningún momento se pregunta Schlegel -para aplicar esta división- siquiera que son generaciones, por qué las hay, cuánto duran, cuál es su área. cómo se determinan. Nada, pues, que pudiera llamarse una teoría de las generaciones, ni aún un concepto rigurso de ellas. Toma la noción de generación del uso común, milenario, que se remonta a la Biblia y a la Iliada cuando menos, que ha sido aplicado incontables veces sin proposito teórico a la realidad histórica".
La segunda -y más importante para Marías- está incluida en varios textos de Wilhelm Dilthey (1833-1911), que van desde el ensayo sobre Novalis, de 1865, hasta su trabajo publicado en castellano como Vida y poesía, de 1905. La aplicación de esta periodización comprende, al igual que Schlegel, a tres generaciones alemanas del siglo XVIII, que van desde 1729 (Lessing) a 1775 (Schelling), pasando por una segunda (Goethe, 1749). Aunque Dilthey plantea útiles y acertados conceptos sobre la idea de generación, la verdad es que -dice Marías- aún continúa "adscrito a la interpretación genealógica de la generación", aunque sus ejemplos contradigan a los 30 años convencionales.



IX


Mientras los alemanes planteaban por primera vez divisiones generacionales
para su literatura del siglo XVII y se atrevían a trazar tres divisiones, en México, en 1867 y 1871, Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) estudia la literatura de su país y -al igual que Federico Schlegel y sin especulaciones como Wilhelm Dilthey- traza con absoluta contundencia una periodización de su propio siglo republicano en cinco generaciones (14) claramente denominadas y situadas con características propias y distintivas de las anteriores.

14. En realidad, Altamirano debió dividir en cuatro generaciones y no en cinco. Es justamente en el período de la generación a la que él pertenece donde se produce la confusión y donde establece dos grupos generacionales. Esto es comprensible y se explica por la agitación política, militar, económica y social que vivieron los miembros de la generación del Liceo Hidalgo y que los dispersó, obligándolos, además, a realizar trabajos relacionados con la situación histórica de emergencia en la que estaban sumidos. También un buen porcentaje de escritores de esta generación murió a temprana edad en las guerras que asolaron el territorio mexicano de 1847 a 1866.

La periodización, esbozada en 1867 y desarrollada en 1871 por Altamirano (15), puede condensarse así:

15. Altamirano, Ignacio Manuel: Revistas literarias de México, México, 1868 y "De la poesía épica y la poesía lírica en 1870", en: El Federalista, México, 6 de marzo, 3 y 10 de abril, 15 de mayo y 5 de junio de 1871. Los dos trabajos fueron recogidos por José Luis Martínez en sus recopilaciones de los trabajos literarios de Altamirano, siewndo Altamirano, siendo la última edición la publicada por la SEP: Altamirano, Ignacio Manuel: Escritos de literatura,, Tomo I. Obras completas.


1. La generación de la Independencia. A ella pertenecen los escritores que "florecieron cuando aun el entusiasmo por las glorias de 1810, hervía en los corazones de los poetas de México". Para Altamirano sólo son mencionables cinco poetas: Andrés Quintana Roo (1787-1851); Francisco Manuel Sánchez de Tagle (1782-1843); Wenceslao Alpuche (1804-1841); José María Moreno (del que se ignora las fechas de nacimiento y muerte); y Francisco Ortega (1793-1849) (16).

16. Altamirano en ningún momento aplica criterios generacionales sobre las fechas de nacimiento de los miembros que enlista; su criterio es absolutamente empírico y engloba a las personalidades que trabajaban en esos años, sin distinguir entre coetáneos (dentro de las fechas de una generación) y contemporáneos (actuando en los mismos años aunque pertenezcan a diferentes generaciones). Es de advertir que los años de nacimiento y muerte han sido agregados por mí.


2. La generación de Letrán. "La religión, el amor y el placer, tales fueron las musas preferidas de Letrán. La generación de que hablamos, no podemos desconocerlo, enriqueció más aún los tesoros de la poesía española; y aunque México, con sus bellezas y su gloria quedó olvidado, España puede vanagloriarse de que todavía la generación poética de Letrán le pertenece de derecho, con excepción de tres o cuatro jóvenes que tuvieron la audacia de repetir en literatura el grito de Dolores, y de interpretar en la lira el odio de los insurgentes" (17).

17. Esta apreciación literaria de Altamirano sobre la generación de Letrán es totalmente equivocada. Por ejemplo: José María Lacunza escribe la primera novela corta indigenista en México; Eulalio María Ortega publica también la novela corta "La batalla de Otumba", a favor de los aztecas y de un antiespañolismo feroz; Pesado, años más tarde, recreará poesía nahualt en Las aztecas y trazara sonetos sobre el paisaje y las costumbres mexicanas. ¿Y qué decir de Prieto, Payno, Rodríguez Galván, Ramírez, El nigromante, y en general de toda la Academia de Letrán que tuvo como fin "mexicanizar la literatura que se escribía en el país"?


Los nombres que cita como integrantes de esta generación, son: Ignacio Ramírez (1818-1879), Guillermo Prieto (1818-1897), Fernando Calderón (1809-1845), Ignacio Rodríguez Galván (1816-1842), José María Lafragua (1813-1875), Joaquín María Castillo y Lanzas (1801-1878), Manuel Carpio (1791-1860), José Joaquín Pesado (1801-1861), José María (1809-1869) y Juan Nepomuceno (1812-1843) Lacunza, José de Jesús Díaz (1809-1846).

3. La generación del Liceo Hidalgo. Surge después de la Academia de Letrán, cuando "la Constitución de 1824 volvía a imperar; los viejos calumniadores de la Independencia estaban desprestigiados, y la civilización abría sus alas gozosas...". Para Altamirano fue una época de renacimiento en la que "una nueva generación se levanta atrevida, animada por un aliento más vigoroso, alumbrada por una luz más resplandeciente: la luz de las instituciones liberales". La figura clave de esta generación es Francisco Zarco, quien es uno de los fundadores del Liceo Hidalgo, institución que se convertirá en el núcleo, la guía generacional de otras sociedades que se formaron en el interior del país y que también contaban con sus propias publicaciones.
"En esta familia del Liceo Hidalgo -continúa diciendo Altamirano- no se hizo sentir sino muy ligeramente la influencia de los viejos de Letrán, y apenas uno que otro de los socios más jóvenes de esa extinguida Academia, fue registrado como miembro de la nueva...
En el Liceo Hidalgo, "vemos allí jóvenes -agrega Altamirano poco más adelante- que, sin desdeñar la lira, se consagraban de preferencia a los trabajos de la oratoria política, de la historia popular, del drama patriótico, y a las discusiones de la filosofía racionalista. Aquello no era una simple escuela poética, sino un apostolado liberal que adoptaba las formas de la bella literatura para propagar sus ideas... Los periódicos de aquel tiempo están llenos en los días de septiembre, de himnos patrióticos, de odas, de marchas nacionales y de sonetos, consagrados a conmemorar las glorias de la Independencia".

La lista generacional que anota Altamirano es más nutrida que las dos anteriores: Francisco Zarco (1829-1869); Francisco Granados Maldonado (?-1872); Félix María Escalante (1820-1861); Epitacio Jesús de los Ríos (1833-1860); Pantaleón Tovar (1828-1876); Joaquín Tellez (1821-1867); José Tomás de Cuellar (1830-1894); Luis G. Ortiz (1832-1894); Andrés Davis Bradburn; Octaviano Pérez; José María Rodríguez y Cos (1823-1899); Joaquín Villalobos (1830-1879); en Veracruz: José María Esteva (1818-1904); Manuel Díaz Mirón (1821-1895); en Morelia: Gabino Ortiz (1819-1885); en Guadalajara: Antonio Rosales (1822-1865) (el héroe de San Pedro); José María Vigil (1829-1909); Clemente Villaseñor (1830-1879); Jesús Echaiz (1831-1883); en Tabasco: León A. Torre (1834-1895); José Manuel Puig; en Yucatán: "una pléyade de bardos, animados por la voz elocuente del eminente y nunca bien sentido doctor Justo Sierra, repetía los acentos armoniosos de Alpuche en la lira de Pedro Ildefonso Pérez" (1826-1869).

4. Los poetas de la Reforma y de la Segunda Guerra de Independencia. "Más tarde, y durante la tempestuosa década de 1853 a 1863 (18), en que se sucedieron la dictadura de Santa Anna, la revolución de Ayutla, el gobierno de Comonfort, las revoluciones reaccionarias, la guerra de Reforma, los dos años de administración constitucional, y la invasión francesa, aparecieron nuevos poetas cuyo talento brilló en medio de las negras nubes de la política y la guerra".

18. Como ya se señaló, aquí es donde se confunde Altamirano, pues el período de la generación del Liceo Hidalgo abarca de 1851 a 1866. esta confusión se hace evidente si se trata de ubicar a la generación del Liceo Hidalgo en años distintos a los que les corresponden. Los años de 1853 a 1863 que indica Altamirano para esta subgeneración literaria, son, pues, propios de toda la generación, sin necesidad de fraccionarla.

"Esta generación poética -explica Altamirano-, absolutamente independiente de las tradiciones académicas, y que sólo estaba unida por la idea democrática y el odio a la tiranía y al fanatismo, es ya numerosa y digna de toda atención. Más audaz que las que le habían precedido, así como más belicosa y nacida en tiempos de sangrienta lucha, ella ha sido hasta ahora la que ha llevado un contigente más grande a la obra de la epopeya mexicana, y no solo, sino que, como es sabido, al mismo tiempo que enaltecía con sus cantos la literatura nacional, aumentaba con sus nombres el martirologio de la libertad de México, y contribuía con sus hechos al triunfo de la Independencia.

"Estos poetas, acaudillados por Ignacio Ramírez y Guillermo Prieto, que por fin encontraron en ellos a su verdadera familia, han sido casi los fundadores de nuestra epopeya nacional. Es importante examinar el carácter literario que ha distinguido a estos bardos, esencialmente mexicanos, y pasar revista a sus numerosas producciones, para hablar después de la generación poética contemporánea que se ha formado con los restos de aquella y con los jóvenes concriptos de la democracia, que han corrido desde entonces a llenar los vacíos causados por el martirio y la gloria en las filas de la joven familia".

Como miembros de esta generación, Altamirano cita a: Juan Díaz Covarrubias (1837-1859); Manuel Mateos; Leandro Valle (1833-1861); Juan Valle (1838-1865); Vicente Riva Palacio (1832-1896); José Rivera y Río (?-1891); Julián Montiel (1830-1902); Alfredo Chavero (1841-1906); Juan de Dios Arias (1828-1886); José María Ramírez (1834-1892); Ramón Valle (1841-1901); Eduardo Ruiz (1839-1902); Juan Mateos (1831-1913).

5. La generación activa cuando Altamirano escribe, la generación de la República, de la que se limita a decir que sus integrantes eran los que habían nacido -"por decirlo así", aclara- en la guerra de la Reforma y en la guerra contra la Intervención francesa. Ya no da nombres ni entra en pormenores sobre esta generación en la que el mismo equivocadamente se situa.



X


Para cualquier estudioso de la literatura mexicana del siglo XIX, la periodización dada por Altamirano, con breves retoques, resulta precisa en grado sumo
. Podrá objetarse que es producto de una intuición y hasta de una casualidad; que proviene en su integridad de la simple observación empírica; que carece de elaboración teórica y exposición de conceptos; que le le falta afinar detalles o aplicar rigor al enlistado de integrantes de la generación; pero lo cierto es que con la división de Altamirano se cuenta con una exacta base intelectual para periodizar generacionalmente todo el siglo XIX mexicano en etapas de 15 años cada una.
Tomándome la libertad que me brinda el hecho intelectual de hacer una propuesta (19), procederé a exponer de manera sucinta la periodización literaria del siglo XIX mexicano, en base a lo elaborado por Altamirano y teniendo como referencia las fechas manejadas por Jiménez Morales y por González en sus respectivos trabajos.

19. Este trabajo parte de uno más amplio, en proceso de elaboración, sobre las generaciones literarias mexicanas del siglo XIX, y que, como ya dije en su oportunidad, estará dedicado a José Luis Martínez.

1. Generación de la Arcadia (1806): nacidos entre 1776 y 1790
2. Generación de la Independencia (1821): nacidos entre 1791 y 1805
3. Generación de la Academia de Letrán (1836): nacidos entre 1806 y 1820
4. Generación del Liceo Hidalgo (1851): nacidos entre 1821 y 1835
5. Generación del Renacimiento (1866): nacidos entre 1836 y 1850
6. Generación de Transición (1881); nacidos entre 1851 y 1865
7. Generación del Modernismo (1896): nacidos entre 1866 y 1880
8. Generación de la Revolución (1911): nacidos entre 1881 y 1895

Con esta división del siglo XIX -de la cual los puntos 2, 3 y 4 están dados literalmente por Altamirano- se tiene un primer instrumento de trabajo determinado en sus denominaciones por hechos precisos y significativos dentro de cada una de las generaciones, y manteniendo la exigencia teórica de los 15 años entre cada una de ellas. En su sentido más elemental puede sustentarse así:

1. 1806: comienzan a publicar regularmente en el Diario de México -fundado en octubre de 1805- los futuros miembros de la Arcadia mexicana. Son los tiempos del neoclasicismo y de los seudónimos pastoriles. Hay asomos de costumbrismo, mexicanismos temáticos e idiomáticos en la literatura, y tímidas y eventuales manifestaciones de definiciones culturales autóctonas. La figura epónima para sus contemporáneos es el sacerdote José Manuel Martínez de Navarrete (1768-1809), perteneciente a una generación anterior; para nosotros, más acertado es darle esa categoría a José Joaquín Fernández de Lizardi, colaborador poco exitoso del Diario de México y poeta marginado de la Arcadia mexicana, pero cuya significación en la literatura nacional, sabemos ahora, fue fundamental (las novelas, los panfletos, los periódicos, las polémicas, el teatro, etc.).

2.- 1821: Consumación de la Independencia mexicana. La literatura está marcada por el fervor patriótico y se canta a los héroes y a los principales sucesos independentistas. La poética de los arcades se contamina de otros temas y otros tonos, aunque sigue predominando el caracter neoclásico en sus composiciones. Dos figuras de la generación anterior, Francisco Manuel Sánchez de Tagle (1782-1843) y Andrés Quintana Roo (1787-1851) parecen erigirse como las figuras epónimas; más correcto es elegir al poeta cubano, radicado en México, José María Heredia (1803-1839) y a Francisco Ortega (1793-1849) como los escritores significativos del nuevo período.

3. 1836: Funda la Academia de Letrán un grupo de jóvenes que oscilan entre los 18 y los 25 años. Asientan que su empeño se dirige a mexicanizar la literatura que se escribe en el país. Francisco Ortega los ha venido vigilando desde niños, Quintana Roo es reconocido por ellos como la encarnación de la patria y lo eligen presidente perpetuo de la Academia; Heredia se escandaliza del romanticismo que muestran los jóvenes; Sánchez de Tagle los contempla desde sus alturas políticas y literarias. Modestamente se integran a trabajar en la Academia dos escritores tardios de la generación anterior: Manuel Carpio (1791-1860) y José Joaquín Pesado (1801-1861). Para ellos, el éponimo es José María Lacunza (1809-1869); para nosotros tal vez lo sea Ignacio Rodríguez Galván (1816-1842), que sintetiza en su obra y en su vida los postulados románticos y nacionalistas que desarrolla la generación (Prieto, Payno, Ramírez).4. 1851: Se inicia la publicación de la Ilustración mexicana, órgano oficial del Liceo Hidalgo, dirigido por Francisco Zarco, y que agrupa a los miembros de esta nueva generación. A ellos le toca vivir, en los inicios de su vida literaria, "la tempestuosa década de 1853 a 1863, en que se sucedieron la dictadura de Santa Anna, la revolución de Ayutla, el gobierno de Comonfort, las revoluciones reaccionarias, la guerra de Reforma, los dos años de administración constitucional, y la invasión francesa", así como el fugaz imperio de Maximiliano. De sus filas salen los mártires de estas epopeyas mexicanas, mientras los miembros sobrevivientes de la Academia de Letrán ocupan ya ministerios, actuan políticamente de forma destacada en cualquiera de los bandos en conflicto y colaboran literariamente con la nueva generación como patriarcas y consejeros. La poética que se inició en Letrán, ahora se politiza pero sin dejar sus marcados rasgos nacionalistas y sus búsquedas románticas. La vida de esta generación durante estos años resulta tan confusa y tan poco literaria, que Altamirano la escinde en dos: la propia del Liceo Hidalgo y los que carecen de academia, liceo o publicación propia: Los poetas de la Reforma y de la Segunda Guerra de Independencia. Algunos de sus miembros, entre los que se cuenta el propio Altamirano, sólo con la restauración de la República desarrollarán una importante y copiosa labor literaria. La figura epónima es, para ellos, Francisco Zarco (1819-1869); para nosotros, por su relevante magisterio sobre la generación siguiente y por sus planteamientos ideológicos sobre la literatura nacional, es Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893).

5. 1866: es el año en que políticamente Maximiliano se retira de la capital de México y manifiesta su primer deseo de abdicar, con lo cual se inicia el debacle de su Imperio, que concluirá con su fusilamiento 8 meses más tarde, en 1867, y el consiguiente regreso de los antiimperialistas a la capital y el inicio del renacimiento de la literatura nacional. Parece desfasado 1866 por un año, pero con cierta gracia y libertad podría considerarse como el año del encubamiento de las veladas literarias, la creación de revistas, la fundación de sociedades poéticas, las tertulias continuas, el afán de crear una obra y fundar una literatura propia, todo lo cual se manifestará de forma riquísima en 1867 y en los años siguientes. Altamirano es el director y el maestro indiscutible de la generación que se inicia en este período; el epónimo, sin duda alguna, para nosotros y para ellos años más tarde, es Justo Sierra (1848-1912). La literatura retoma su senda romántica con paso más calmo, busca en la historia colonial o en los años inmediatos motivos novelísticos en los cuales inspirarse, se replantea el nacionalismo temático y linguístico. Los escasos sobrevivientes de la Academia de Letrán son ancianos venerables a los que se elogia, admira o ignora (Prieto, Ramírez, Payno); los pertenecientes al Liceo Hidalgo son las personalidades fuertes que crean y señalan caminos (Altamirano, Riva Palacio, Roa Bárcena) o que se recuerdan por su obra y su martirio (Díaz Covarrubias, Valle); la propia generación asume plácidamente el papel de discípulos declarados y rodean de admiración a los maestros, a los sobrevivientes de los generaciones anteriores.


6. 1881: Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895) -el indudable epónimo generacional- escribe en este año de 1881 su visión de la literatura nacional: "Hoy las mujeres leen La Moda elegante y se envenenan con la literatura imposible de doña María del Pilar Sinués de Marco y el notable marqués de Valle Alegre. Los hombres -yo el primero, a pesar de mis achaques poéticos y literarios- leemos poco y en francés. Los escritores de ahora valen cien veces más que los de antaño; pero no escriben. El cenáculo del Renacimiento, capitaneado por don Ignacio Altamirano, continúa siendo nuestro único centro literario; pero ni Altamirano escribe, ni Justo Sierra, el alma vibrante de aquella cruzada, canta, ni Jorge Hammenken cincela aquellos artículos soberbios del Artista. Los héroes de esa Iliada en que se combatió a brazo partido con el caduco sistema literario, han desertado de sus filas. Altamirano traduce a Claretie; Justo, apartado de la prensa, vive con los romanos y los cartagineses; Hammeken no puede escribir dos artículos sobre Cacahuamilpa; Bulnes se ha vuelto financiero; Riva Palacio, el poeta americano, no forma ramilletes con esas violetas de Parma que él llamaba apólogos, ni traza a grandes rasgos el cuadro del gobierno virreinal; Sosa no escribe críticas dramáticas y se refugia en el estudio escrupuloso de la biografía; Cosmes lee las novelas de Dumas el grande en sus entreactos parisienses; y para sustituir a aquellos luchadores que pelearon en El Renacimiento, en El Domingo, en El Federalista y en la primera época de La Libertad, no se distingue en el paisaje la agitada tropa de una raza nueva, que empuñe de nuevo la clava de los Hércules". (20)

20. Gutérrez Nájera, Manuel: Obras. Crítica literaria I. Ideas y temas literarios. Literatura mexicana. Investigación y recopilación de E. K. Mapes. Edición y notas de Ernesto Mejía Sánchez. Introducción de Porfirio Martínez Peñaloza. Centro de Estudios Literarios. Universidad Nacional Autónoma de México. México, 1959. Págs. 190 y 191. (Hay segunda edición aumentada, de 1995, con índices de Yolanda Bache Cortés y Belem Clark de Lara).

Esta larga cita nos demuestra dos cosas:
el agotamiento de los miembros de la generación del Liceo Hidalgo (Altamirano, Riva Palacio, Mateos, Hammeken) y de la generación del Renacimiento (Sosa, Sierra, Bulnes, Cosmes), y, también, la exigencia de que una nueva generación tome el relevo de la ya casi (exagerada) inexistencia de la literatura nacional. Tres años después, en la óptica de Altamirano, la situación es distinta: "la prensa está poblada por una generación joven, por una generación de ayer...". El toque de atención de Gutiérrez Nájera había sido escuchado. Toda una pleyade de jóvenes se inicia en la literatura. El nacionalismo literario sigue siendo para ellos una preocupación, pero sus inclinaciones son cosmopolitas. Todos los ismos europeos se ensayan en México: el realismo, el naturalismo, el simbolismo; se explora por nuevas formas en el viejo costumbrismo, en el casi olvidado romanticismo; se buscan identidades propias y se consiguen tonalidades originales, mestizas (paradójicamente con lo francés), y Manuel Gutiérrez Nájera, incluso, señala la forma y el tono de lo que se desarrollará en la generación siguiente: el modernismo. Es una época de búsquedas más que de hallazgos. Es la transición de una literatura preocupada por su nacionalidad a una literatura que se piensa y se quiere universal, por lo menos internacional.

7.- 1896: En 1895 muere Manuel Gutiérrez Nájera; en 1896, su Revista Azul. Todo lo que fue propuesto por el poeta en sus escritos y en su revista se hace realidad en esta nueva generación: el cosmopolitismo será la norma vigente. La Revista Moderna, que se funda en 1898, es el portavoz aguerrido y la revista fundamental de este período. Todas las poéticas y las preocupaciones de las generaciones anteriores desaparecen ante las nuevas manifestaciones literarias. Ya ningún escritor se siente exclusivamente mexicano; se es parte de un todo más amplio. A nadie se le ocurriría llamar a un poeta modernista a ocupar un ministerio o para darle un escaño en el Congreso. Se entablan polémicas, se ignoran a los viejos escritores, se abre un nuevo mundo que coincide, también, con el superticioso cierre de un siglo y el comienzo de otro. Tal vez todo resultó apresurado. Cuando le toca concluir su ciclo a esta generación cosmopolita, el país estalla: la Revolución mexicana. Todo se removerá hasta sus cimientos; se volverá otra vez, con el paso de los años, a recorrer el fatigoso camino que va del nacionalismo al cosmopolitismo o universalismo.


XI


Al parecer, todo encaja o debería encajar con comodidad en esta división generacional de la literatura del siglo XIX. Si Altamirano se cree parte de la generación del Renacimiento, deberá recordarse que lo llamaban "maestro": no era uno de ellos. Si se encuentra a Pesado y a Carpio trabajando codo a codo con los muchachos de la Academia de Letrán, debe tenerse en cuenta que los dos eran mirados como unos señorones que tenían la modestia de compartir esfuerzos: no eran como ellos. Para los de la generación de Transición, Altamirano seguía siendo el maestro, pero también lo era Justo Sierra, de la generación previa. Para los modernistas no habían maestros; el de lo homenajes era Gutiérrez Nájera, los mecenas Jesús Valenzuela y Jesús E. Luján; ellos eran otra cosa. Esto revela también algo importante: la contemporaneidad de varias generaciones actuando simultáneamente en el mismo tiempo social (literario). De acuerdo a la termionología orteguiana: una cosa es ser contemporáneo y otra muy distinta coetáneo. Los primeros comparten un espacio histórico; los segundos unas vigencias, un espíritu común, a favor o en contra de lo precedente. Ya lo digo, todo encaja, debería encajar perfectamente. Las bases, por lo menos, tienen un digno precedente que, creo, nadie se atreverá a negar desde una perspectiva de clara raíz empírica.
























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Etiquetas: Literatura Mexicana (Siglo XIX)
JUAN DE DIOS PEZA





Si existe un escritor mexicano del siglo XIX que reuna todos los méritos para ocupar el primer lugar entre las causas perdidas, ese, sin lugar a dudas, es Juan de Dios Peza (1852-1910). Su historia es la evolución de la gloria al olvido, del éxito al fracaso. En él se conjugan todos los elementos que ejemplarizan la ingratitud de la fama pública, la inutilidad del esfuerzo literario, la traición de la facilidad versificadora y hasta la caducidad o la temporalidad de lo que podríamos llamar los buenos sentimientos de toda una época o un siglo. Lo más triste de esta historia es que Peza fue testigo viviente de la oscilación del gusto de su tiempo cuando recién transponía los cuarenta años de su vida y aún le quedaban veinte años más de nostalgias, de recuerdos, de silencios.


La historia literaria de Juan de Dios Peza se inicia, según cuenta la leyenda, cuando a los 16 años fue convocado con urgencia por la dirección de su colegio, la Escuela Nacional Preparatoria, a fin de que remplazara a un compañero que tenía a su cargo la lectura de una poesía patriótica en conmemoración de la Independencia; Peza no sólo aceptó el encargo sino que, en unos instantes, compuso unas décimas que le valieron el entusiasta aplauso del público congregado en el Teatro Nacional. Esta anécdota, contada por sus biógrafos, señala la ambigûedad propia de toda historia personal: para unos fue el milagroso llamado de la literatura; para otros, el momento en que se simboliza el destino del poeta: la improvisación y la facilidad para componer versos como una característica innata de su obra.

Peza, desde ese día de sus 16 años, fue poeta. Es cierto que se matriculó en la Escuela de Medicina, pero también que al poco tiempo abandonó los estudios para dedicarse en cuerpo y alma a la literatura y al periodismo.
Fue fiel e íntimo amigo de Manuel Acuña, y uno de los que más lo lloró, en público y en privado, por su suicidio; fue también miembro de la Sociedad Netzahualcóyotl, en donde inicia gran amistad con Agustín F. Cuenca; fue, igualmente, buen amigo de Justo Sierra, a quien acompañó en sus primeras aventuras literarias; y, según el mismo Peza nos ha contado en uno de esos nostálgicos recuerdos de su juventud, fue testigo casi infantil de la reunión que celebraron los literatos mexicanos al restaurarse la República y en la que festivamente Guillermo Prieto le anunció la inminente creación de la revista literaria que agruparía a todos los escritores nacionales sin distinción de ideologías políticas: E renacimiento.

Peza, desde antes de cumplir los 20 años de edad, conoció la miel de los halagos, del aplauso público y de la aceptación por los literatos más eminentes de México. Las cuatro grandes glorias de su tiempo, Manuel Ignacio Altamirano, el maestro generacional; Guillermo Prieto, el poeta de la musa callejera; Ignacio Ramírez, el admirado Nigromante; Vicente Riva Palacio, el triunfante general republicano,lo felicitaron por sus versos, lo apoyaron abriéndole las páginas de diarios y revistas, y lo alentaron a encaminarse gozosamente por las sendas de la literatura. En 1874, a los 22 años de edad, Juan de Dios Peza ya era todo un nombre distinguido de la literatura patria: se le convocaba para recitar versos de su inspiración en las fiestas cívicas y patrióticas, se le pedían poemas para las mejores publicaciones literarias y para las páginas dominicales de los diarios, se estrenaban y se apludían sus obras de teatro en verso, se editaba la primera recopilación de sus poemas con una carta laudatoria del respetado Ignacio Ramírez: "Ya, en su primera comedia, he tenido el gusto de saludar a un poeta dramático; ahora felicito a un poeta lírico; la literatura contempla en usted dos promesas, y yo hago votos porque ellas se vean pronto coronadas por la gloria".Peza alcanzó esa gloria con la prontitud que le deseaba el Nigromante. Cuando en 1878 el poeta viaja a España como segundo secretario de la Legación mexicana, tiene todas las cartas de recomendación para presentarse ante el medio literario español como un poeta consagrado en su país. Los aplausos, los halagos, las facilidades para publicar en revistas y en diarios se repiten. Peza se hace amigo de Campoamor, Nuñez de Arce, Grilo, Selgas y de otros muchos escritores hispánicos; también se relaciona con el literato y tribuno Emilio Castelar, quien lo elogia y le desea una suerte distinta a la suya: "Viajero ceñido de ilusiones, poeta visitado por la celeste inspiración, amigo del alma, al verte tan joven, sólo se me ocurre que plegue al destino salvarte de los naufragios en que yo he caido, y de las borrascas a cuyos glaciales fríos se han salvado tan milagrosamente mis creencias". Peza hace relaciones públicas en la corte española tanto en favor de sí mismo como de los escritores mexicanos: no sólo logra publicar poemas de sus amigos literatos, sino también consigue que se edite La lira mexicana, antología formada por él y que presenta al lector español la nada despreciable suma de 59 poetas, avalada por un prólogo del doctor Antonio Balbín de Unquera y varias cartas elogiosas de poetas españoles. Marcelino Menéndez Pelayo protestará por la exclusión de José Joaquín Pesado, pero la repuesta ya estaba en el prólogo: es una antología de poetas jóvenes a fin de que se pudiera juzgar el porvenir literario de México puesto que la poesía del pasado "queda palpitante en la historia... ya está juzgada".

Peza, en triunfo, regresa al poco tiempo a México. De acuerdo a los manuales de literatura, su estada en España sirvió para que su estilo adquiriese más pureza, más belleza su dicción y más variedad temática sus composiciones. En estos años del regreso acontece una desgracia en la vida privada de Peza: el abandono por su mujer.

Desde el egoismo de la poesía, podría decirse que este acontecimiento hiere su obra literaria y la tiñe de un dolor secreto, púdico, silenciado por los amigos que leen entre líneas el pesar del poeta. Sin embargo, sigue siendo el bardo popular, el que entusiasma y conmueve a las multitudes, el que se gana los aplausos al concluir el recitado de sus versos, el que ocupa los mejores lugares en las publicaciones periódicas, el que es citado y buscado por los jóvenes escritores. Pero en su obra, paradójicamente, se ha abierto o ampliado un nuevo camino literario: Peza es el poeta del hogar, el que canta a la niñez, el que se enternece hasta las lágrimas viendo a su hija Margarita besar a sus muñecas, a su hijo Juan entretenerse con fusiles y caballos de caña, y a Concha, la hija primogénita, deshojar flores como si a sus seis años compartiera su tristeza y sus dolores.

Ahora es el poeta lírico, el escritor intimista que puede leerse en reuniones familiares, el poeta que trasciende las fronteras nacionales para situarse en un lugar destacado de la poesía de habla española y para trascender su idioma y ser traducido al inglés, al francés, al italiano, al portugués. Juan de Dios Peza, en esta década que va de 1878 a 1888, es reconocido como el gran poeta mexicano en su país y en el extranjero; su lira, como se diría en esos años, alcanza sus mejores notas en las celebraciones escolares, en las fiestas cívicas, en las solemnidades patrióticas, en los aniversarios de amigos e instituciones, en las bienvenidas a personalidades internacionales, en los banquetes, y, sobre todo, en la reafirmación de los valores familiares, en el canto de las dulzuras del hogar y la inmaculada inocencia de la niñez.

En 1888 se inicia, sorprendemente, la declinación de la fama pública del poeta. Existen muchas razones para tratar de explicarla. Hay nuevas sensibilidades literarias; lo que ahora llamamos los "precursores del modernismo"
están usando otro tipo de versos, se interesan de manera diferente por temas también distintos; incluso la sonoridad, la ampulosidad de la versificación típica de Peza comienza a ser sometida a un rigor más disciplinado y no tan estruendoso. Peza no distingue estos cambios, no es capaz de adaptarse y de hallar el tono y el ritmo de los nuevos poetas, de los poetas que están escribiendo al lado suyo y en las mismas páginas en las que él escribe.

Un crítico mexicano, amigo suyo, Manuel Puga y Acal, Brummel, exterioriza la censura en nombre de la poesía y de gustos literarios más refinados de los que se dan en México: Si bien Peza es el poeta más popular de México, Peza utiliza procedimientos literarios anticuados, propios del romanticismo español; Peza borda en el vacio; Peza no tiene ideas; Peza es impactante al auditorio pero no a los lectores de poesía; Peza abusa del empleo de palabras sonoras; Peza no es un espíritu cultivado; Peza es abundante; Peza rinde culto al dios Éxito en detrimento de la poesía; Peza es un popularizador pero no un poeta; Peza es admirado por quienes no tienen posibilidad de comparar lo que se escribe en México con lo que se escribe en otros países; Peza es una equivocación más, sólo un versificador.

Puga y Acal escandalizó a los escritores y al público nacional. El poeta de México era denigrado. La polémica se extendió durante varias semanas y sirvió para demostrar que, a pesar de todo, Juan de Dios Peza tenía más partidarios que detractores, y hasta Manuel Gutiérrez Nájera se sintió en la obligación de salir en defensa del poeta atacado, aun a costa de argumentar disminuyendo los méritos que el mismo crítico había elogiado en un poema suyo. Pero la evidencia ya estaba dada. La verdad es que Peza declinaba y quedaba postergado al mismo ritmo y al mismo compáss con que lo hacían los poetas con los que había establecido amistad y afinidad poética durante sus años españoles: Campoamor, Nuñez de Arce, Grilo, Cañete, Velarde, Ros de Olano, Unquera, Pedrosa, Selgas, iban dejando su lugar a nuevos poetas, a nuevas formas de hacer versos, a una renovación literaria que se había iniciado en Hispanoamérica bajo el embrujo literario de Rubén Dario.

Peza, a partir de 1894 ya estaba marginado de la literatura mexicana. Sus versos seguían publicándose en las revistas sociales de gran tiraje y en los suplementos literarios de los diarios, pero ya no se le daba el lugar preferencial ni se le anunciaba entre los colaboradores importantes. Sus libros seguían imprimiéndose, pero ya la hora de su poesía había fenecido. Da algo de lástima seguir la pista de Juan de Dios Peza en las publicaciones de mayor prestigio de esos años de olvido, de fracaso, de silencio: en la Revista Azul, Peza colabora con cuatro poemas, con el mismo tono, con la misma motivación y con el mismo sabor a añejo; en la Revista Moderna, Peza se hace presente sólo con dos colaboraciones y, en realidad, ya no tiene nada que decir. Peza, de alguna manera, se retira. Es, para él, el momento de recordar, de voltear la vista hacia la prosa y tratar de escribir recuerdos, pequeñas anécdotas, reliquías de los tiempos idos, retratos de amigos literatos, algún cuento, algún apunte histórico.

También son los años de fin de siglo en que escribe, con esa facilidad asombrosa que tenía para versificar, las Leyendas históricas, tradicionales y fantásticas de la Ciudad de Mexico, en que, morosamente, se las ingenia para recrear 60 calles de su ciudad, dotándolas de una anécdota pintoresca, sentimental o histórica.Un día, con ese mismo orden de ideas, de sentimientos, de ganas de escribir, Peza se sienta y anota: "Yo vi, de cerca y por primera vez, a don Benito Juárez, en los días históricos en que su personalidad culminaba como un sol de libertad y de gloria, del uno al otro extremo del Continente Americano: el 16 de Septiembre de 1867".

Es el inicio de sus memorias personales. El gesto es doblemente delicado. Peza nos va a contar su vida en los tiempos de Benito Juárez, que son también, en algunos de sus años, los tiempos de Maximiliano y Carlota. Fueron años duros y muy difíciles para él. Su corazón, sus ideas, sus amigos estaban con Juárez; su padre, militar, estuvo al lado del emperador, llegó a ser su ministro de Guerra y fue condenado a muerte y desterrado a Francia a la caida del Imperio. Debieron ser años de fidelidades encontradas, de angustias y de temores individuales. La familia, al fin y al cabo, pasó de la distinción social y la comodidad material a las estrecheces de subsistencia. Peza tuvo que buscar becas y apoyos para estudiar, y para sobrevivir escribía poesía y teatro.

El gobierno juarista lo apoyó y los líderes liberales que también eran literatos, estuvieron a su lado, alentádolo, halagándolo, abriéndole las puertas de los diarios y las revistas. Peza, en los años finales del siglo XIX vuelve la vista atrás y se situa en el momento en que se inicia también su propia historia literaria, toda esa historia que en sus líneas generales se ha venido relatando.

Peza recuerda, evoca, se enfrenta a ese pasado tan inmediato y tan lejano a la vez. Y, entonces, por una extraña pero natural imposición de la personalidad sobre la literatura, regresa el poeta cívico, el poeta de las grandes solemnidades patrias, el poeta del hogar, de la infancia, de los buenos sentimientos, para darnos nuevamente su visión endulcorada de la vida, de su vida, y en la que tampoco puede atreverse a enfrentar los años de Maximiliano de manera abierta, cronológica. Es Juárez el que asume el papel protagónico, de fondo, de estas memorias parciales, íntimas, sobrias consigo mismas, y en las que no se produce ningún rompimiento, ninguna duda, ninguna angustia en el nivel personal y familiar. Es cierto que en algún momento, en algún pequeño rincón de la evocación, queda plasmado una admiración reprimida de inmediato por el porte y la elegancia de Maximiliano, pero Juárez se impone, se imponen las anécdotas y los recuerdos de la guerra contra el usurpador austriaco. Peza concluye así su historia literaria y su recuerdo cívico: escribiendo unas memorias ajenas, distantes, en la que evoca un mundo que se perdió para siempre y que se lo llevó a él mismo en su vorágine.

Desde hace muchos años se afirma que los estudiosos de la literatura mexicana deberían volver a leer a Juan de Dios Peza para revisar si no habría algo salvable, rescatable, en sus cientos de poemas, en sus prosas de recuerdo. Hasta ahora nadie se ha atrevido a hacerlo. Quizá valga la pena consignar, como nota final de este rápido arpegio fúnebre del poeta, que había nacido el 29 de junio de 1852 en la Ciudad de México, donde también falleció el 16 de marzo de 1910; tenía sólo 58 años de edad. Con él acaba físicamente una larga etapa mexicana de la que él, desde hacía por lo menos 20 años, estaba ya total y absolutamente marginado. Recordarlo no dañará, ni ofenderá, a nadie; lo cual, también, no deja de ser triste.*


*Con el nombre familiar de Agustín Trefogli del Brando firmé este prólogo a la edición de Bernito Juárez, de Factoría Ediciones. El único comentario que recibí era negativo por el pesimismo del arpegio. Quizá tenía razón.

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