viernes, 29 de agosto de 2008

RAFAEL DE LEON.

Homenaje a Rafael de León


Nos queda algo lejos la figura de don Rafael de León, sin embargo, su voz está muy cerca, habita entre nosotros todavía. Sirva este lugar como modesto homenaje a este poeta aristócrata castizo, nacido en Sevilla, y trovador popular como pocos, testigo de casi un siglo de historia de España. Muchos seguramente no habrán oído hablar de él, y sin embargo es posible que les suenen, nunca mejor dicho, algunos de sus versos porque es más que probable que los hayan oído cantar alguna vez, que hayan sonado en boca de tonadilleras folclóricas. Y es que don Rafael de León era, ante todo, un bardo popular, como demuestra el hecho de que sus versos le hayan sobrevivido y hayan alcanzado ese estado de gracia que es la inmortalidad.





Como dijo el poeta don Manuel Machado, el hermano del también poeta don Antonio Machado:

“Hasta que el pueblo las canta,
/ las coplas coplas no son, /
y cuando las canta el pueblo /
ya nadie sabe el autor.”


En el caso de Rafael de León, sus coplas son coplas porque las canta el pueblo y por eso ya nadie se acuerda del autor, nadie sabe que puede considerarse un miembro más de la generación literaria del 27, que fue amigo de Lorca, a cuya muerte dedicó un sentido Réquiem:

“Lo mataron en Granada,
/ una tarde de verano”), y que al igual que Lorca fue maricón declarado en una España en que, además de pecado, era delito ser homosexual. En el año de 1932, Rafael de León se traslada a Madrid bajo la influencia del músico sevillano Manuel Quiroga, y junto con el autor teatral Antonio Quintero, llegarían a formar el prolífico trío Quintero, León y Quiroga, con el que tienen registradas más de cinco mil canciones, lo que se dice muy pronto.





Nadie sabe que, a diferencia de Lorca, que murió trágicamente, Rafael de León le sobrevivió y fue bastante longevo, falleciendo en 1982 sin el homenaje que el pueblo debería haberle rendido.

Algunos de los títulos de sus canciones exploran el lado canalla de la vida, “walking on the wild side” como diría Lou Reed: Tatuaje, Ojos verdes, Y sin embargo te quiero… Tengo la teoría de que sus canciones le servían de válvula de escape para dar rienda suelta a su homoerotismo, ya que si las canta un hombre son una proclamación de amor homosexual, como refleja la graciosa rima
“compañero /
te quiero” que además refleja la lucha entre la moral y los sentimientos: no debería quererte, porque está mal visto, porque está prohibido… pero te quiero, compañero. Eso es lo que dice una de las más populares:






Eres mi vi(d)a y mi muerte,
te lo juro, compañero,
no debía de quererte,
no debía de quererte
y, sin embargo, te quiero.



Algunos de sus versos son impagables y de gran altura poética, como estos:


Ojos verdes, verdes como la albahaca,
verdes como el trigo verde
y el verde, verde limón.





En ellos hayamos unas comparaciones bellísimas a mi modo de ver que nada tienen que envidiar al lorquiano y surrealista

“Verde que te quiero verde, /
verde viento, verdes ramas.”


Los ojos del amado (o de la amada, da igual, pero a menudo Rafael escribe canciones para mujeres como Concha Piquer y, por lo tanto, son canciones de amor hacia hombres) son verdes, verdes como el trigo verde. Me parece una comparación genial, ajena al tópico de que el trigo es dorado. Cualquiera que haya visto los campos de trigo en primavera, antes de amarillear sus espigas en estío, sabrá qué bella evocación hay en los versos del poeta sevillano. Puedo ver esos campos de trigo verde que parecen aguas del océano acariciadas por el viento ondulante, por una brisa que hace que muestren diversas tonalidades siempre distintas y sin embargo siempre verdes. Lo mismo sucede con la imagen del verde limón. El poeta huye del tópico del limón amarillo, prefiriéndolo verde, un verde inestable, traidor porque está a punto de madurar y dorarse, un verde con brillo de faca, como dice más adelante la copla, por lo que ni yo ni nadie puede evitar que estén clavaditos en nuestro corazón.

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