martes, 5 de agosto de 2008

Lana Montalban, Periodista dijo
05 Agosto 2008, 17:40
Angel,
muy bueno tu escrito y tus fotos.
Agrego lo que puse en mi blog, asi tus lectores tienen la oportunidad de leerlo.
Un abrazo,
Lana

Se que para cuando reciban esta carta, lo que cuento será "historia vieja".
Pero igual quería transmitirla.
Hoy escribo desde Miami, donde resido hace 6 años, y a donde regrese ayer sábado 2 de agosto, después de pasar un par de semanas en Buenos Aires.

El jueves 31 de julio hable con Orlando Barone y Beatriz Trento, y al preguntarles por nuestro común amigo Celis, me dijeron que ya estaba muy mal y que no pensaban que pasara de una semana más de vida...

Lo llame y a través de una persona que lo cuidaba, le trasmití el siguiente mensaje:"dígale por favor que lo quiero mucho, que lo admiro mucho y que le deseo lo mejor".
Según leo, al día siguiente lo internaron y el sábado falleció.

Quiero contarles que a Celis y a su maravillosa segunda esposa, Iris, los conocí en New York, donde todos residíamos en la década de los 80.
Ambos me tomaron como una especie de "hija adoptiva". Me invitaban a cuanta recepción hicieran (y hacían muchas!), tanto en su casa como en su estudio sobre la Broadway.
Comíamos las delicias macrobióticas que cocinaba Iris y siempre escuchábamos las fascinantes historias que Celis contaba.
Infaltable: el llevaba en su bolsillo una bolsita de plástico con peperoncinos, una especia súper picante que el agregaba a casi todo!

El maestro me había contado que hacia años no daba mas clases, porque -según decía- los alumnos absorbían mucha de su energía creadora, pero no le daban nada a cambio.
Un día le comente que yo tenía un "cuadro en mi cabeza" que me encantaría poder pintar, pero que no tenía la menor idea de como proceder para lograrlo.
Celis, con su generosidad sin comparación, me dijo: venite este sábado a la mañana a mi estudio. Era agosto de 1991.

Allí fui, sin saber que me esperaba, y sin saber que esa experiencia que estaba por vivir me ayudaría en mi faceta creativa por el resto de mi vida.
Llegue temprano, como es mi costumbre. Iris había dejado algunas delicias de desayuno.
Celis me llevo a recorrer muchas galerías de arte del Soho, una zona netamente artística de Manhattan, y en cada una , me mostraba los cuadros y me explicaba con que técnicas habían sido realizados.

Luego fuimos a una librería artística llamada Pearl, y me indico que cosas comprar: desde los básicos pinceles y los colores, hasta la tela, las maderas y las herramientas para armar mis propios bastidores.

Cargados con esos tesoros en las manos, regresamos a su estudio.

Allí, me sentó frente a un televisor, en el cual un video lo mostraba al maestro Pérez Celis, pintando uno de sus cuadros. Desde el principio hasta la obra finalizada.

Al finalizar, ambos arrodillados en el piso de madera, me enseño a armar el bastidor.

Con el bastidor armado, las pinturas y los pinceles en mi camioneta, la cabeza llena de información fresca y el corazón rebosante de entusiasmo, partí hacia mi departamento de la calle 54.

Entusiasmada, descolgué un poster y lo reemplacé por el lienzo blanco recién armado.
Eran las 8 de la noche.
Sin parar ni para comer, trabaje sobre esa tela mágica hasta las 14:30 del día siguiente: había logrado lo que me parecía un milagro: había puesto en pintura, la imagen que tenía hacia meses en mi cerebro.

Feliz, lo llame y le conté. No se que habrá pensado. Quizás pensó que había hecho un mamarracho lógico de una estudiante de una sola clase. No lo se. Pero yo seguí pintando y en la navidad de ese año, los invite a mi casa para la Nochebuena.
Cuando Celis entro a mi departamento y vio mis cuadros, quedo muy asombrado y me lleno de elogios.
El mejor elogio de todos , fue cuando me pregunto "como hiciste esto"? refiriéndose a una técnica que había creado.

Cuando en 1992 me fui a vivir a Argentina, seguimos en contacto.
En 2002, cuando con mi marido decidimos irnos a vivir a Miami, Celis, ya viudo de Iris y casado en terceras nupcias con la maravillosa Tamara, me prestaron su auto por una semana, para que fuera a buscar vivienda, escuela para mi hija, etc.
Como siempre, una persona generosa.

Compartimos muchas cenas y charlas divertidas.
Siempre me hacia contar la "anécdota" de su "clase magistral" de un día.
Y yo, gustosa de consentirlo, lo hacia.

Hoy, el cielo esta contento, porque recibieron a un ángel que ya había sacado sus alas mucho antes de ascender.

Querido maestro: te extrañaré.

Lana Montalban

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