domingo, 17 de agosto de 2008

Una de ladrones


José María Guelbenzu


BABELIA - 16-08-2008
En la batalla por la propiedad intelectual que se libra en internet, sabemos que pronto o tarde le va a tocar al mundo del libro y, en consecuencia, a la autoría de los libros, es decir, al pago de derechos a los autores.

Hemos visto el cambio radical que ha supuesto, en lo referente a la autoría, lo sucedido con la música. Los músicos, como sabemos, han desviado su línea de ingresos económicos hacia las actuaciones en directo porque el disco, si no está muerto, al menos se lame las heridas con resignada desesperación mientras busca alguna salida. La batalla planteada por el cobro del canon -una batalla mísera, porque a falta de una regulación real hablamos de monedas donde parece que se habla de esquilmación del consumidor- no merece una línea por ahora. Pero sí hay algo que merece atención: la idea, que empieza a difundirse, de que hay que explicar de manera convincente que hacerse de manera gratuita con el trabajo de un profesional es una forma de latrocinio incomprensiblemente aceptada por quienes no aceptarían el mismo trato respecto de su trabajo. ¿Por qué no se explicó en su momento? La información se mueve a tal velocidad hoy en día que antecede a la reflexión.

Pero el centro de este artículo no van a ser los autores sino, mire usted por dónde, los traductores. A los autores nos inquieta, sin duda, que un cibernauta se baje gratis el resultado de unos años de nuestro trabajo porque la merma de ingresos es grave y, en el caso de los novelistas, ya me contarán ustedes el futuro que tiene la actuación en directo. Todavía los poetas pueden pasar la gorra después de un recital, pero la lectura en vivo de un capítulo, por más emocionante que éste sea, no hay quien la aguante.

Pues bien, pensemos en el mejor de los casos: sociedades modernas en las que sus componentes manejan con mayor o menor soltura uno o dos idiomas además del suyo materno. ¿Qué podrían leer fuera de ellos si no existiera alguien que se ocupara de traducir los textos de la Literatura Universal? ¿Caeríamos en un deplorable etnocentrismo? Y ¿quién abona a un traductor su trabajo si el uso de éste se vuelve gratuito? Milan Kundera dijo una vez que la cultura occidental existe gracias a los traductores; y George Steiner completó esa afirmación con la frase: "Sin la traducción habitaríamos provincias lindantes con el silencio".

Yo soy un escritor de vocación que siempre ha trabajado en otra cosa para poder escribir, pero hoy los tiempos han cambiado y, si bien ahora se puede vivir modestamente del ejercicio de la literatura, por inercia vocacional quizá yo siguiera escribiendo -en recuerdo de los viejos tiempos- aunque tuviese que volver a buscarme un trabajo de supervivencia como antes de ahora. Pero ¿y el traductor? ¿Ese tipo gracias al cual podemos leer a Gogol o a W. G. Sebald o a la dama Murasaki Shikibu? Yo he conocido traductores que, por amor a la literatura, han trabajado a precios irrisorios para la calidad de la obra entregada, pero eso no quita que, por bajo que fuera su salario, éste le fuera abonado.

¿Quién pagará su trabajo en este mundo de ladrones cibernéticos? ¿O dejamos de leer y acabamos habitando en provincias lindantes con el silencio, pero, eso sí, gratis? -

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