martes, 5 de agosto de 2008

MIGUEL MORA sucesos
Bye, Maddie
MIGUEL MORA 02/08/2008



La niña Madeleine McCann murió accidentalmente a los tres años de edad el 3 de mayo de 2007 en un apartamento de Praia da Luz. Una pareja de testigos vio esa noche a su padre, Gerry, caminando con su cuerpo en los brazos hacia la playa. Los padres, temiendo que los servicios sociales les quitaran a los pequeños gemelos, se ocuparon de borrar todas las pruebas, incluidas las llamadas que hicieron desde sus móviles. Sus amigos, los Ocho del Tapas Bar, dieron a la policía versiones contradictorias de lo sucedido. La diplomacia británica intervino con toda la fuerza y el cinismo del Imperio para proteger a los McCann con una burbuja mediática, y esa cortina de humo acorazada impidió a la policía investigar con calma. Cuando por fin la Judicial logró reunir los indicios suficientes para implicar a los padres, el Gobierno portugués apartó del caso al jefe de la investigación, Gonçalo Amaral, el día que iba a escuchar a los testigos cruciales. Por fin, el Gobierno de su Majestad dilató y bloqueó el resultado de los análisis realizados en el laboratorio de Birmingham a las pruebas recogidas gracias al olfato de los dos perros británicos enviados al Algarve. Y el caso quedó irremisiblemente archivado por falta de pruebas.


Esta reconstrucción de la desaparición que conmovió al mundo es obra del propio comisario Amaral, que después de abandonar el cuerpo (de policía) trata de recuperar el crédito perdido con un libro que, de paso, le ayudará a vivir una jubilación más apañada. Con indiscutible habilidad mercantil, Amaral afirma que no ha contado todo lo que sabe, lo que abre la puerta a una segunda entrega que promete alargar el culebrón.

Lo malo es que Maddie ya no vende lo que vendía. La preciosa niñita a la que tanto quisimos cumplió su misión. Copar todas las conversaciones hasta saturarnos de irrealidad. Más que un caso policial o político, Maddie aparece hoy como la entelequia que elevó la manipulación a la categoría de las bellas artes.

Desde un poblacho inglés del sur de Portugal que nunca fue noticia, la niña llegó al Vaticano y a la Casa Blanca, inundó páginas de papel y pantallas de plasma, ocupó las radios del mundo entero, fue estrella en Second Life y YouTube, igualó a los medios serios y a los amarillos, hizo ganar pasta a espuertas. El viejo suceso de toda la vida fue amplificado hasta la náusea para distraer la atención de forma inmediata y global.

Su atractivo tiene la vieja y sencilla sofisticación del timo de la estampita. Y su legado es un resumen perfecto del capitalismo moderno: es posible esfumarse mientras todos te miran. Basta con tener un buen jefe de prensa y contactos con el MI-5.

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