lunes, 6 de octubre de 2008

CINE › HISTORIAS EXTRAORDINARIAS, DE MARIANO LLINAS

CINE › HISTORIAS EXTRAORDINARIAS, DE MARIANO LLINAS

Un gran juego de cajas chinas
El director de Balnearios desarrolla aquí una enorme maquinaria de ficción.
Se trata de un film notable y, en muchos sentidos, insólito: por su originalidad formal, por la exuberancia narrativa que despliega y por sus modos de producción artesanales.





Por Luciano Monteagudo

Hay algo profundamente anómalo, fuera de norma, en estas Historias extraordinarias de Mariano Llinás, que hoy llegan a su estreno local después de su eclosión en el último Bafici
.

No se trata solamente de una película nacional que dura cuatro horas y que está pensada para atravesarlas de un solo golpe, con apenas dos intervalos para tomar aliento. Historias extraordinarias es también un film insólito por su originalidad formal, por la exuberancia narrativa que despliega y por sus artesanales modos de producción, que paradójicamente demuestran un nivel de profesionalismo capaz de poner en crisis las formas más burocratizadas de hacer cine, y no sólo en la Argentina. Pero justamente por su anomalía, por su extrema singularidad es que, en este punto, Historias extraordinarias no puede servir de paradigma contra el sistema industrial: hay una variable detrás del film que es la capacidad de trabajo, el talento y la imaginación de su autor. Hoy por hoy, son centenares los que filman en video, con escasos recursos, y no por ello sus obras son necesariamente valiosas.

Recordado sobre todo por Balnearios (2002), que fue un enorme éxito de público nunca reconocido oficialmente (si hay un reconocimiento que al director lo tiene sin cuidado es precisamente el oficial), Llinás ha dado ahora con Historias extraordinarias un salto mayúsculo. El ingenio, la capacidad de observación y el humor patafísico de Balnearios también tienen un lugar en su nueva película, pero ahora no son solamente la razón de ser del film, sino que están incorporados a un sistema mayor, una enorme maquinaria de ficción que no cesa de propalar historias de distintos tamaños y calibres, que se van imbricando entre sí aunque no necesariamente tengan puntos de contacto.

En principio, es esta profusión de relatos lo primero que impresiona de Historias extraordinarias, porque ya no más comenzar el film –un enorme film-río, que va a de-sarrollar su cauce en infinidad de afluentes, cursos secundarios e incluso lechos secos, que no conducen a nada– se percibe que las tres historias principales son apenas el disparador de esa prodigalidad, que es la que verdaderamente le interesa a Llinás. Sería inútil pretender entonces resumir aquello que precisamente el director tiende a acrecentar, pero baste decir que hay tres personajes principales. En primer lugar, está X (el propio Llinás), quien, deambulando por el campo en función de una labor imprecisa, pero que se intuye rutinaria, presencia un crimen y llega a cometer otro; luego aparece Z (Walter Jacob), intrigado hasta la obsesión por su antecesor en el puesto de una oficina de provincia y finalmente H (Agustín Mendilaharzu), un muchacho contratado para recorrer el río Salado en busca de unos viejos monolitos cuya existencia podría determinar el resultado de una apuesta en la que hay algo más que dinero en juego.

Pero a esta tríada, Llinás le suma otra, la de tres narradores omniscientes, tres voces en off a cargo de tres actores (Daniel Hendler, Juan Minujín y Verónica Llinás, ex Gambas al Ajillo y hermana mayor de Mariano), que son quienes verdaderamente llevan adelante la narración. La peculiaridad del procedimiento es que estas voces no están allí para explicar lo que sucede en la imagen, sino para refutar esa tautología: se adelantan al relato, lo ponen en duda, lo contradicen, lo preñan de sentido o directamente se lo quitan. “Lo que ahora va a pasar es lo siguiente: en un momento la situación se va a poner un poco más violenta...”, enuncia, por ejemplo, uno de los narradores. O “el escenario que debemos imaginar es un río, un río que nunca se menciona pero es el río Salado...”


El propio Llinás ha reconocido en múltiples entrevistas (entre ellas la del suplemento Radar del domingo pasado) que su inspiración es netamente borgeana
y que, como su mentor, hace uso de una estructura conjetural, que lo exime de darles a sus personajes una identidad o un psicología concretas, lo que ubica a su film en el campo de la más pura ficción. Pero contrariamente a lo que hacía Borges, siempre afecto a la austeridad y la síntesis, Llinás prefiere en cambio multiplicar sus historias a la manera de las Mil y una noches o los relatos de aventuras del siglo XIX. Así, todo en Historias extraordinarias comienza en la más crasa realidad –una rutina campestre, un trabajo de oficina, una apuesta de borrachos– y termina sumido en el misterio, el enigma, la aventura, la posibilidad de que aun en esa rasa llanura pampeana de la cual la película hace su universo privilegiado aceche una dimensión fantástica.

La ambigüedad, por cierto, es una de las características centrales de Historias extraordinarias. ¿Quién mira? ¿Quién narra? Todo parece remitir a un juego de cajas chinas, donde siempre hay algo más debajo de la que parece la última. Y quizás –“quizás” es una palabra recurrente en el discurso de la película– esa última caja no sea ni la más importante ni la más significativa, por lo cual sería un error esperar del final del film una revelación o conclusión. Historias extraordinarias –a la que hay que agradecerle también una estupenda banda de sonido de Gabriel Chwojnik, que cita a Morricone a través de Tarantino– no es una obra cerrada en sí misma, sino, por el contrario, amplia, abierta, generosa, un proyecto que invita a reconsiderar al cine como arte lúdico. Lo suyo es el viaje, la incertidumbre del camino, la sorpresa que esconde cada recodo de ese torrente narrativo capaz de tener sus fuentes en la pampa húmeda y desembocar, por qué no, en Mozambique.

9-HISTORIAS EXTRAORDINARIAS

Argentina, 2008.

Dirección y guión: Mariano Llinás.


Fotografía: Agustín Mendilaharzu.

Música: Gabriel Chwojnik.

Edición: Alejo Moguillansky y Agustín Rolandelli.

Dirección de arte: Laura Caligiuri.

Sonido: Rodrigo Sánchez Mariño y Nicolás Torchinsky.

Intérpretes: Walter Jakob, Agustín Mendilaharzu, Mariano Llinás, Klaus Dietze, Horacio Marassi, Eduardo Iaccono, Mariana Chaud, Rafael Spregelburd, Lola Arias.

Duración: 245 minutos (y dos intervalos de 10 minutos cada uno). Los sábados, a las 19, en el Complejo Cultural Cine Teatro 25 de Mayo (Triunvirato 4444), con entradas a 6 pesos, y los domingos, a las 18.30, en el Malba (Figueroa Alcorta 3415), con entradas a 10 pesos y 5 para estudiantes y jubilados.

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