jueves, 30 de abril de 2009

Canciones políticas y de combate
de la Guerra de España.
Ed. de Maryse Bertrand de Muñoz.
Calambur. Madrid, 2009.




Editado por Calambur y preparado por la hispanista canadiense Maryse Bertrand de Muñoz, Si me quieres escribir es una exhaustiva recopilación de casi un centenar de canciones políticas y de combate de los dos bandos que se enfrentaron en la guerra de España.

Muy significativamente se ha elegido como título del volumen el de una canción que cantaban los dos ejércitos -con variantes, claro- en la batalla del Ebro. Al libro, que contiene las letras, las partituras y los comentarios de la editora, lo acompaña un CD con 28 canciones.

A lo largo de sus páginas se hace una caracterización global que aborda la sociología y la poética de aquellas canciones, se describe su origen y las circunstancias a las que aluden o de las que surgen, se transcriben los textos y las partituras y se analizan y clasifican los temas fundamentales ( la guerra, la exhortación a luchar, las unidades y los lugares de combate, los héroes y los personajes) de unas creaciones que responden a la necesidad de expresar ideología y sentimientos bajo unas circunstancias extremas como aquellas.

Algunas de esas canciones eran populares desde 1931, otras son canciones más claramente políticas o canciones infantiles y festivas, adaptadas a las circunstancias bélicas, y finalmente canciones de dolor y muerte o llamadas a la resistencia.

Anónimas o firmadas, entre lo culto y lo popular, los romances, las coplas, las letrillas que se recogen y estudian en Si me quieres escribir son un conjunto significativo de testimonios que interpretan la banda sonora intrahistórica de aquel conflicto y forman parte de la memoria histórica, oral y sentimental de la guerra civil.




24.4.09
El Doctor Centeno



Benito Pérez Galdós.
El Doctor Centeno.
Edición de Isabel Román Román.
Servicio de publicaciones de la UEX. Cáceres, 2008.




Es una de las novelas más extrañas de Galdós. También una de las más inolvidables para los lectores. Se publicó en 1883 y es la tercera de las Novelas españolas contemporáneas. Parte de la crítica se entretiene desde entonces en discutir si se trata de una novela o de dos o de tres: la centrada en Celipín Centeno, la del canónigo Polo y la del poeta Alejandro Miquis.

Conectadas entre sí por la peripecia de Felipe Centeno, en quien Galdós delega la mirada para darnos una lección de perspectiva, las acciones de esta novela tejen un entramado que ofrece un vivísimo reflejo de la vida. Van trazando así un relato abierto en el que los personajes tienen un antes y un después en la obra del novelista: Centeno viene de Marianela y Pedro Polo, aún difuminado aquí, adquiere su dimensión definitiva en Tormento, mientras Ido del Sagrario espera su momento estelar en Fortunata y Jacinta.

Cervantinamente, los personajes de El Doctor Centeno, van haciéndose en sus páginas y creciendo o degenerando en diálogo problemático con la realidad y la experiencia entre dos mundos dispares: el de Polo y el de Miquis. Los paralelismos de Miquis y Centeno con don Quijote y Sancho o el recuerdo paródico del Licenciado Vidriera son el homenaje - menor y superficial, pero significativo- de un discípulo aventajado.

Con el telón de fondo de la pedagogía, el espléndido tratamiento espacial, digno ya del mejor Galdós, se va ampliando a medida que el protagonista amplía su horizonte vital en un todo coherente que se completa en Tormento y La de Bringas, las dos novelas galdosianas con las que El Doctor Centeno forma una peculiar trilogía.

La edición de Isabel Román en la colección TextosUex de la Universidad de Extremadura, que se abre con un completo estudio preliminar de casi un centenar de páginas, es una muestra de rigor filológico en el establecimiento del texto y tiene el valor añadido de sus abundantes e iluminadoras notas a pie de página.


Santos Domínguez



Ramiro Pinilla. Sólo un muerto más



Ramiro Pinilla.
Sólo un muerto más.
Tusquets. Barcelona, 2009.





Como Sancho Bordaberri, el narrador de Sólo un muerto más, el relato policiaco que acaba de publicar en Tusquets, Ramiro Pinilla escribió hace muchos años novelas negras. Las firmaba con seudónimo, Romo P. Girca, fueron doce y sólo se publicó una en 1944, Misterio de la pensión Florrie.

Sancho Bordaberri es librero en Getxo y escritor fracasado de novelas policiacas que no se aproximan a sus modelos: Chester Himes, Chandler y Hammett. La lectura de Cosecha roja, La llave de cristal o El halcón maltés no les han contagiado su fulgor a las dieciséis noveluchas que lleva escritas.

Tras el último rechazo editorial, Bordaberri está a punto de desistir, resignado al fracaso. Y mientras pasea por la playa de Getxo tiene una revelación que cambiará su vida y su trayectoria literaria. También de una revelación en la playa surgieron los primeros versos de las Elegías de Duino. Pero si el descubrimiento de Rilke vino de una sensación acústica, aquí el punto de partida es la visión de una peña con una argolla en la que amarraron a los gemelos Altube para que los ahogara la pleamar.

Ese crimen, al que se aludía en Verdes valles, colinas rojas, se cometió en 1935 y diez años después, cuando se sitúa Sólo un muerto más, sigue siendo un crimen sin resolver. En la misma época de represión y miedo en la que se ambientaba La higuera, el librero-novelista frustrado por falta de imaginación y por hablar de una realidad distante y desconocida, empieza a evocar aquel episodio y a escribir la novela en su cabeza.

Como en el Quijote, Sancho Bordaberri decide entonces más que escribir la novela, protagonizarla, se transforma en investigador privado y se cambia el nombre. Convertido en Samuel Esparta, en homenaje a Sam Spade y a su creador Hammett, decide ser otro, vivir otra vida en un escenario cercano, el mismo Getxo, y en un tiempo real. Como don Quijote en La Mancha del siglo XVI.

No es el único rasgo cervantino. Aquí también hay un autor por encima del narrador, un héroe a contracorriente y una novela dentro de otra para conseguir el efecto de realidad y de verosimilitud que se busca.

A partir de ahí, la mano sabia de Ramiro Pinilla construye una novela que va más allá de la novela policiaca, aunque contiene –como el Quijote- los rasgos característicos del género: un cadáver inicial, un detective insistente y listo, la necesaria reconstrucción del crimen, de sus móviles y su autoría:

No quiero romper -dice el narrador/detective- los esquemas tradicionales de estas historias. El asesino sólo ha de ser descubierto al final de unas doscientas cincuenta páginas. Si yo resolviera el misterio en las primeras treinta o cuarenta, ¿qué mierda de libro sería? ¡Es que ni siquiera habría libro!

Entre guiños cervantinos, homenajes a la novela negra y frecuentes rasgos humorísticos, Pinilla maneja con soltura las claves del género, oculta datos, controla el ritmo narrativo, dosifica con astucia y agilidad el tiempo del relato y su articulación temática para preparar el desenlace, con el inevitable giro inesperado de los acontecimientos y el cambio de papel de los sospechosos y los culpables.

No faltan una ayudante teñida de rubio platino, la resuelta y práctica Koldobike, y un antagonista, el falangista poeta y matón que quiere cambiar de género y convertirse en narrador.

Y en el curso de la investigación, Sancho Bordaberri/Samuel Esparta, librero-novelista-detective y narrador de sus propias pesquisas, como los maestros de la novela negra, que veían y escribían, encuentra – igual que don Quijote- el sentido de su vida en la literatura, en el lugar donde se unen vida y narración, en un cervantino juego de espejos que reflejan las relaciones entre la realidad y la ficción, la novela que se nutre de la verdad.




Santos Domínguez



La filosofía como forma de vida



Pierre Hadot.
La filosofía como forma de vida.
Conversaciones con Jeannie Carlier y Arnold I. Davidson.
Traducción de María Cucurella.
Alpha Decay. Barcelona, 2009.



Pierre Hadot ha afianzado su prestigio como investigador, docente y filósofo en la idea de que –como para los antiguos griegos- la filosofía no es la construcción abstracta de un sistema de pensamiento, sino una elección vital.

Una experiencia de la que Hadot habla en La filosofía como forma de vida, que recoge unas conversaciones con Jeannie Carlier y Arnold I. Davidson que Alpha Decay acaba de publicar en español con traducción de María Cucurella.

Como Platón, Hadot sabe que filosofar es aprender a morir; pero, en la estela de Montaigne, va un paso más allá y se plantea la experiencia filosófica como experiencia de pensamiento para aprender a vivir, como ejercicio espiritual que permite elevarse por encima del yo individual a la perspectiva universal de lo que Hadot llama sentimiento oceánico haciendo suya una expresión de Romain Rolland.

En la línea de los diálogos platónicos, y según el modelo oral de la filosofía antigua, Hadot pasa revista a su biografía intelectual y a su pensamiento en estas conversaciones en las que afloran sus circunstancias familiares, su educación juvenil en el seminario de Versalles y su descubrimiento de Bergson, que escribió esta frase que marcaría a Hadot:

“La filosofía no es una construcción de sistema, sino la resolución tomada una vez de mirar ingenuamente en sí y en torno a sí.”


Su posterior desvinculación de la Iglesia, su trayectoria profesional y la configuración de su pensamiento con Plotino, Marco Aurelio, el neoplatonismo y la mística son los referentes de su concepción de la filosofía como diálogo con la realidad y con el otro, basada en la necesidad de la objetividad interpretativa y en un replanteamiento de la historia y la práctica de la filosofía.

Cuando se perfila definitivamente el planteamiento de Pierre Hadot, su discurso filosófico se concretará en un ejercicio espiritual que, más allá de sus connotaciones jesuíticas, remiten a un concepto que entronca con los griegos, con la búsqueda de la sabiduría y con la idea de la filosofía como forma de vida.

Es el modelo del filósofo que enseña a vivir y a morir en una tradición ininterrumpida que va de Sócrates a Foucault y pasa por Montaigne, Kierkergaard o Nietsche y llega al existencialismo de Heidegger, Sartre y Camus.

Ese planteamiento cuestiona las fronteras de la filosofía y las amplía o las relaciona con otras disciplinas artísticas y literarias para invocar la obra de Bach, Wagner, Goethe, Rilke, Cézanne o Klee.

Y como reconocimiento a sus interlocutores y como regalo a los lectores, Pierre Hadot escribe una nota final en la que hace una espléndida selección de textos sobre su relación admirativa con el cosmos y la naturaleza. Se trata de una antología que incluye una serie de autores que de alguna manera resumen lo que ha querido decir en estas conversaciones. Séneca, Pascal, William Blake, Rousseau, Kant, Goethe, Thoreau, Rilke o Wittgenstein son autores de unos textos breves que hablan por sí mismos y no requieren comentario.


Son el corolario que contiene en esencia el conjunto de estos diálogos de Hadot con los autores y con el universo.


Luis E. Aldave






El catolicismo explicado a las ovejas





Juan Eslava Galán.
El catolicismo explicado a las ovejas.
Planeta. Barcelona, 2009.



El hijo de Dios, el Salvador, nació en el solsticio de invierno, en torno al 25 de diciembre, en una cueva, ante unos pastores. Predicó el bautismo, transformó el agua en vino, entró triunfante y entre palmas de palmera en una ciudad montado en una burrilla, murió en primavera para redimir los pecados del mundo, bajó a los infiernos y resucitó al tercer día, subió a los cielos y prometió volver al final de los tiempos para juzgar a los hombres. Su sacrificio se conmemora en una comida ritual con pan y vino que simbolizan el cuerpo y la sangre. A la entrada de sus templos, una pila con agua bendita invita a los fieles a purificarse la frente.

No. Aunque lo parezca, no estoy hablando de Cristo, sino de un antepasado suyo, el persa Mitra, del que se habla 3500 años antes de su sosias y cuya religión, extendida desde Asia Menor por todo el Imperio Romano, comparte otros seis sacramentos con el cristianismo.

Demasiadas coincidencias para no pensar en un plagio. Suma y sigue: Zoroastro, al que bautizaron en un río 1200 años antes de Cristo, predicó su doctrina con doce discípulos y se retiró al desierto, donde le tentó el demonio.

¿Más? Para no ser prolijo, el portal de Belén donde nació el presunto hijo de Dios y del carpintero era una gruta dedicada al culto de Adonis. Y la casa de la Virgen fue antes el santuario de Afrodita en Éfeso, un lugar extraordinariamente lucrativo.

El último libro de Juan Eslava Galán, El catolicismo explicado a las ovejas, que publica Planeta, está escrito en principio con un enfoque irónico que se convierte en sarcasmo a medida que se avanza en su lectura.

No está organizado como un ensayo, sino como el relato de un narrador, católico apostólico y romano, que proyecta hacer su particular apostolado, una exposición razonada de los fundamentos de la fe.

Y entonces empiezan a surgir preguntas:

¿Este Cristo era el Hijo de Dios, o una mala copia de Mitra, Zoroastro, Osiris, Adonis o Dionisos, uno más de entre muchas divinidades mediterráneas y solares, persas, egipcias, fenicias, sirias, griegas, romanas, hindúes, aztecas o incaicas?

¿Qué fue de sus seis hermanos, de los que hablan los evangelios de Mateo y Marcos?

Aun admitiendo que un Dios sin ombligo (el Padre), otro con ombligo (Cristo, su hijo mortal) y una tercera persona nacida de huevo (el Espíritu Santo) son las tres personas de la Trinidad, ¿el Espíritu Santo era paloma o palomo?

¿Era virgen la Virgen?

¿Fue un ovni la estrella de Belén?


¿Dónde está el prepucio del Cristo circunciso?

¿En qué remoto desierto dio Cristo las tres voces?

¿Cómo se le ocurrió pedir higos en marzo y enfadarse encima con la higuera, que da frutos dos veces al año?

¿Era guapo, feo o del montón? ¿Se casó con la Magdalena?

¿Se fue a la Gloria o a una fosa común?

¿Cómo fue la abducción de la Virgen?

¿Por qué protegió el cristianismo un pagano como Constantino, mitraico fervoroso?

¿Pagó el Concilio de Nicea derechos de autor a Mitra?

El fruto prohibido del paraíso, ¿era una manzana o un higo?

¿Por qué anota el Ángel de la Guarda en su Libro Mayor los orgasmos de cada católico?

Pregunta tras pregunta, a lo largo de un introito, treinta capítulos y trece apéndices sobre religión y alucinógenos, milagros, dogmas y reliquias, ese hombre dispuesto a dar explicaciones ve cómo sus creencias no tienen fundamento histórico, ni lógico, ni mucho menos científico, ni –lo que es peor- en la Biblia.

¿Va a renunciar por ello a sus creencias? Mejor dicho, ¿va a cerrar la Iglesia su negocio? En absoluto.
Lo desaconsejan los irreparables daños colaterales que ocasionaría: los cientos de miles de puestos de trabajo que se perderían, la desaparición del turismo de Semana Santa, de la explosión consumista de la Navidad, de los souvenirs de Tierra Santa, del Estado Vaticano, de las romerías de pueblos y ciudades, de los colegios religiosos, de la COPE...

Y el sarcasmo se convierte en ese momento final en cinismo, quizá porque como dijo Mark Twain y recuerda Juan Eslava la fe es creer en lo que se sabe que no existe:

De las mentiras cristianas, de esa sarta de embustes de imposible digestión, de ese potaje de patrañas y supersticiones, de esa estafa secular que permite vivir del cuento, y divinamente, a una pandilla de vagos y embaucadores, ha brotado, como manantial de gracia santificante, nuestra Verdad católica. Hasta los hipercríticos destinados a las llamas tienen que reconocerlo.
Podéis ir en paz, pardillos.
Que así sea.


Irónico y divertido, documentado y demoledor, este nuevo libro de Juan Eslava es una demostración palmaria de la existencia de Dios y una nueva contribución a la teología como rama de la literatura fantástica.


Santos Domínguez



La última oportunidad




Javier Morales Ortiz.
La despedida.
Editora Regional de Extremadura.
Mérida, 2008.




Varios son los matices que habría que precisar antes de iniciar la lectura de La despedida (Editora Regional de Extremadura), de Javier Morales Ortiz (Plasencia, 1968). En primer lugar, no es sólo un libro de relatos. Es, o pretende ser, un relato largo que gira alrededor de un mismo eje. No es una novela fragmentada, y sin embargo tampoco es una recopilación de cuentos. Alguien comentó, creo que con bastante acierto, que un buen libro de relatos era aquel que conecta una pieza con el resto de piezas que componen el libro. No se trataría, pues, de amalgamar un cuento y otro, sino de que entre todos ellos existiera una cierta solidaridad, de tal manera que el lector pudiera leerlo de forma unitaria. Eso es lo que ocurre en La despedida. El segundo aspecto que habría que matizar tiene que ver con la localización de la obra. Los cuentos transcurren en La Comarca, un nombre común elevado a la altura de nombre propio, y que bien puede confundirse con los paisajes del Valle del Jerte. Un entorno rural, alejado de la gran ciudad (en este caso, de Madrid). No obstante, esto es sólo una realidad aparente. Nada de lo que se narra es ajeno a la urbe, porque los personajes se enfrentan a las mismas tribulaciones o temas comunes: la dicotomía entre realidad y deseo, la frustración, la ambición, la duda, el compromiso, la incertidumbre, los sueños, la madurez, la derrota. Es decir, todo aquello que nos conecta más allá de nuestra procedencia geográfica o del lugar que habitamos.

Era necesario, por eso, indicar inicialmente estos dos aspectos. Aclarado este punto, deberíamos preguntarnos por qué leer La despedida. Entre otras razones, encuentro tres motivos esenciales: la simbología, el alcance de las historias y la cualidad del escritor al hacer de un espacio minúsculo el escenario de representación de toda una trayectoria vital. La despedida es, en ese sentido, un homenaje a una forma de vida en peligro de extinción. Detrás de La Comarca se esconden todos aquellos lugares de existencia anónima, recóndita, modesta. Insignificantes, en suma. Lugares fronterizos cuya situación no tiene que coincidir necesariamente con el citado Valle del Jerte. Más aún: La Comarca es la representación de un pueblo de quinientos habitantes y puede ser también el arrabal de una ciudad. Es decir, el territorio donde en apariencia no ocurre nada y, sin embargo, transcurre la vida. Un lugar que se sitúa casi de espaldas al mundo, alejado del centro, una comarca que se conforma, al cabo, con sobrevivir. Simbólicamente, La Comarca es una representación interior, un carácter, una manera de ser y una forma de situarte en el mundo. Hay, en resumen, una perfecta simbiosis entre lo externo y lo interno. Sin embargo, en La despedida siempre hay una nueva vuelta de tuerca. Si nos parecen alejados los espacios de La Comarca, en el relato que cierra el libro, de título homónimo, el personaje de Luz Verde visita una majada, un lugar aún más inaccesible, al que se accede después de muchas bifurcaciones y caminos rurales. De ahí el carácter inagotable de la geografía de La Comarca: cada lugar encierra, al final, un lugar aún más inhóspito. Y de ahí, también, otra muestra de correlación entre lo que nos rodea (paisaje externo) y lo que ocurre dentro de nosotros (paisaje interno).

No obstante, como indica Gonzalo Hidalgo Bayal, a Javier Morales Ortiz “le interesan más los personajes que el paisaje, le interesan más los infortunios de la existencia que el campo de batalla”. Esto ocurre porque el autor ha sabido crear unos personajes poderosos, resumen de otros tantos personajes. Seres con nombres comunes: Paula, Luis, Raquel, Francisco. Sin embargo, su caracterización se reduce a unas cuantas pinceladas. La idea que de ellos tenemos parte tan sólo de un hecho puntual que actuaría como resumen de toda una vida: la visita de un viejo amigo, una boda, un cambio de trabajo, etc. Se trataría, pues, de la anatomía de un instante. De todos ellos, hay un personaje que destaca, Luz Verde, cuya simbología léxica es ya un anticipo. Luz, una profesora de La Comarca, que vive con un pie dentro del pueblo y con otro pie fuera de él, es el personaje que mejor conecta estos cinco relatos. Se trata de una espectadora privilegiada, tiene acceso inmediato a lo que ocurre, porque, aun siendo “de fuera”, ha sabido conectar con el resto de habitantes de La Comarca. Podría decirse que es el personaje que vertebra esta única historia que componen los cinco relatos de La despedida. Su función es la de un faro luminoso alejado del puerto, referente y guía en la espesura verde de las montañas. Pero si hay algo que relaciona a Luz Verde con los demás personajes es que todos ellos configuran una noción de personaje desplazado, un personaje, dicho sea de paso, que ha aportado buena parte de los mejores momentos de la literatura universal. Una tipología de seres derrotados, modestos, de verdades parciales, que no formarán parte de la Historia porque su método de defensa es improvisado y, casi siempre, torpe (para ello, no hay más que leer el final del relato que da inicio al libro, “La casa de mi amigo”). Personajes austerianos, tomados poco antes de saltar al vacío, que se enfrentan al pasado desde un presente frustrado, decepcionante, y cuya ideología puede resumirse en la voz del personaje del segundo relato, “Cenizas”: “me he ido desprendiendo del pasado. Sin duda mi vida es ahora más estrecha y ya sólo se reduce a pequeñas incertidumbres, como saber si seré capaz o no de atravesar el pasillo”. (Es inevitable recordar “El pueblo más cercano”, aquel mítico cuento de Kafka). Personajes, en definitiva, que buscan ese último asidero con el que justificar su espera, y rendir cuentas a viejas aspiraciones.

Otros aspectos merecen la pena destacarse antes de concluir. Entre ellos, la agilidad narrativa, la fluidez de sus diálogos, la prosa clara y sugerente, la correlación lingüística de los personajes, entre lo que son y lo que dicen. Las descripciones de los gestos y los ademanes de los personajes están sumamente logrados, de tal manera que, por momentos, parece que nos encontremos ante una metáfora poética, cuyo significado es capaz de traspasar la barrera de lo particular. Se juega, igualmente, con el silencio, con lo indecible. Un silencio que se puede percibir, tocar, creando un clima asfixiante, una atmósfera casi tiránica que habrá que leer entre líneas.

Para acabar. Por qué, como dijimos, leer La despedida. Creo que la labor de un crítico literario es, ante todo, la de iluminar la obra reseñada, no la de suplantarla. Quienes no somos más que lectores, encontrarnos frente a un libro como el de Javier Morales Ortiz supone un nuevo acicate para continuar con ese extraño afán de interpretar lo que nos rodea. Supone alimentar nuestra mirada y, en consecuencia, ampliarla. Si es cierto que somos lo que observamos, nuestros límites alcanzan hasta donde llegue nuestra mirada. Sólo por eso merecería la pena leer La despedida.



Álex Chico






Haroldo de Campos.
Hambre de forma. Antología poética.

Edición, selección y prólogo de Andrés Fisher.
Veintisiete Letras. Madrid, 2009.



En su colección de poesía Ajuar de frontera, Veintisiete Letras publica una amplia antología bilingüe del brasileño Haroldo de Campos (1929-2003), que mantuvo vivo el espíritu de la vanguardia en la segunda mitad del siglo XX y demostró que la experimentación vanguardista, más allá del mero juego, era compatible con el rigor intelectual. Su obra, que no se limita a la poesía, proyecta en el ensayo de teoría y crítica literaria una reflexión constante sobre la creación poética.

El rigor creativo y reflexivo de Haroldo de Campos, poeta y ensayista, que combina la revisión crítica de la tradición con la vanguardia y con el compromiso político, se plasma en una obra amplia y exigente que tiene sus señas de identidad en la exploración verbal, en el continuo viaje hacia los límites del lenguaje.

Esa búsqueda constante de la experimentación vincula la obra de Campos con la actitud de la vanguardia, a la que contribuyó con la creación de la poesía concreta, un movimiento de sincretismo literario que incorpora buena parte de las aportaciones vanguardistas e integra su capacidad innovadora con distintas tradiciones poéticas, desde el ideograma al constructivismo, desde la pintura abstracta a la música concreta.

Desde la conciencia crítica de los límites de la representación (ya hice de todo con las palabras /ahora quiero hacer de nada), Haroldo de Campos genera su propia tradición, en la que figuran Dante o Goethe junto con proyectos poéticos contemporáneos:

admirábamos la sintaxis subversiva y el léxico enigmático de Mallarmé, (...) estábamos descubriendo el método ideográmico de los Cantos de Ezra Pound, (...) leíamos con entusiasmo al Apollinaire de “Lettre - Océan” y de los Calligrammes y al Lorca de las metáforas disonantes de Poeta en Nueva York.

Entre su inicial Auto del poseso (1950) y La máquina del tiempo repensado (2000), esta antología recoge una amplia muestra de la trayectoria poética de Haroldo de Campos, en la versión de distintos traductores.

Ajedrez de estrellas, Signantia: Quasi Coelum, Galaxias, La educación de los cinco sentidos y Crisantiempo son los títulos que completan el conjunto. Más de medio siglo de escritura exigente y compleja que constituye una de las aventuras poéticas más ambiciosas de la poesía latinoamericana.

De su primer libro es este Lamento sobre el lago de Nemi, que en sus estructuras dinámicas contiene –así lo ha declarado el propio Campos- el germen del desarrollo posterior de su poesía:


El azar es un bailarín desnudo entre los alfanjes.
En la playa, más allá del rostro, la corola de las manos.
Llama a tu enemigo. El azar es un bailarín.
Reúne a sus herederos y proclama el Talión.


La virgen que encontré coronada de ranúnculos
No era –así lo quiso- la virgen que encontré.

El azar es un bailarín: teme a sus alfanjes.
Mañana seré muerto, pero ahora soy rey.

Desnudo entre los alfanjes, coronado de ranúnculos.
Llama a tu enemigo y a la virgen que encontré.
En la playa, más allá del rostro, yo ahora estoy muerto.
El azar es un bailarín. Mañana serás rey.


Queda reflejado en este volumen medio siglo de poesía de Haroldo de Campos, puesta en español por ocho traductores distintos que asumen el reto nada fácil de transmitir un mundo poético tan sutil y diverso como el del fundador de la poesía concreta, un teórico de la literatura al que Emir Rodríguez Monegal admiraba como uno de los mayores humanistas contemporáneos y Jacques Derrida reconoció como un adelantado de su propio pensamiento.

Dejo para cerrar la reseña otra brevísima muestra de su poesía. Es el comienzo de Teoría y práctica del poema, de Ajedrez de estrellas (1976):


Pájaros de plata, el Poema
ilustra la teoría de su vuelo.



Santos Domínguez


posted by Lecturas, lectores | 12:18 AM

17.4.09
Ana no





Ana no.
Edición de Adoración Elvira Rodríguez.
Cabaret Voltaire. Barcelona, 2009.



Cabaret Voltaire sigue recuperando la obra de Agustín Gómez Arcos y editándola en cuidadas ediciones. El último título, con traducción y prefacio de Adoración Elvira Rodríguez, es Ana no (1977), una de sus mejores novelas, que tuvo un enorme éxito de ventas con más de trescientos mil ejemplares vendidos en Francia y ha sido adaptada al cine y al teatro y traducida a dieciséis idiomas. Por cierto, para la portada se ha elegido un fotograma de la versión cinematográfica de la novela que dirigió en 1985 Jean Prat.

Está ambientada en la posguerra, como El cordero carnívoro, y protagonizada por Ana no, como se llamaba a sí misma la protagonista, Ana Paucha, una mujer a la que le han robado hasta su identidad y cuya existencia queda marcada por la guerra civil y sus secuelas de muerte, represión, cárceles y miedo. A los 75 años, 30 años después de perder a su marido y a sus dos hijos mayores, pone su casa en orden y emprende una peregrinación a pie desde un pueblo almeriense hasta un presidio del Norte de España en donde cumple condena su hijo menor, Jesús el pequeño.


Tiene una cita con la muerte, que como en la tragedia clásica o en Lorca, es un personaje que habla al fondo de la obra. Un fondo negro que se confunde con el negro de sus ropas de luto y de su rostro sobre el fondo también negro de la noche en la que sale de su casa.

A menudo la confundían con cosas exentas de luz: la sombra de un árbol o la de una roca. La sombra de un muro. O cualquier otra sombra. Por eso un buen día, ante la oscuridad casi total de su memoria, se le ensombreció la cara y se le borró la sonrisa.

A lo largo de un itinerario que sigue las vías del tren, la amarga travesía de Ana es un rito de viaje iniciático y final en busca de su propia identidad y una bajada (o una subida) a los infiernos, y sobre todo el testimonio de un país destruido por tres años de guerra, una narración que tiene la profundidad insondable del desamparo, la dignidad desgarrada de quien sufre la injusticia, la pobreza y las distintas formas de la humillación.

La figura en sombra de Ana Paucha tiene una altura trágica que recuerda a las mujeres del teatro lorquiano y sus raíces telúricas, y una hondura que la convierte en el personaje con más fuerza de todos los que creó Gómez Arcos. Más allá de sus resonancias bíblicas, de sus raíces en la tragedia griega, en el viaje patético de esa anciana hacia la muerte hay una afirmación paradójica de la esperanza y en su figura, un símbolo de esa vieja madre patria asolada por la destrucción y el cainismo.

Santos Domínguez

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