domingo, 5 de abril de 2009

Louis Ferdinand Céline, en 1947. Foto: Pierre Vals/Opale. Portada del libro "Céline secreto" (veintisieteletras)


Nunca recomiendo que se lea una de las novelas que más me impresionaron. No es fácil hablar de impresiones, del profundo escepticismo que de sus páginas se desprende. "Viaje al fin de una noche", no es una novela de la que se pueda salir indemne. Al menos yo no lo conseguí. He leído otras cosas de Céline. Sus obras son verdaderas, duras, a veces sarcásticas, nunca fáciles ni complacientes. De su vida hemos sabido su lado más público, el que nunca ocultó, ese exacerbado antisemitismo. Esos panfletos que escribe de una manera tan brutal, que le acercan a tener simpatías por el nazismo, a ser un francés colaboracionista. Aunque, en realidad y sin olvidarnos sus proclamas anti judías, siempre fue un tremendo individualista. Un escritor genial y un ser humano tan complejo como, muchas veces, incomprensible.

Se acaba de publicar un libro que habla desde dentro de su viaje, desde su vida cotidiana desde su convulso existir en un tiempo también excesivo. Son unas biográficas declaraciones contadas por su última mujer. La que más tiempo convivió con el genio difícil de Louis-Ferdinand Céline. Su mujer se llamó, se llama porque todavía vive, Louccette Almanzor, una hermosa y joven bailarina que se quedó fatalmente enamorada del médico fracasado, del escritor proscrito, del complicado y fascinante ser humano que fue su marido.

Infiel, mirón, brutal, arbitrario, caprichoso, indolente, cómplice, seductor, aficionado a las lesbianas, admirador de bailarinas, de Shakespeare y de Baudelaire, de éste tenía una declaración que muchas veces enseñaba a los periodistas cuando no quería contestarles:

"Este mundo ha alcanzado tal grado de vulgaridad que solo hace que aumente el desprecio del hombre inteligente. Esta mañana cometí la imprudencia de leer algunos periódicos; inmediatamente, me sentí aplastado por una indolencia de peso de veinte atmósferas y me convencí de la espantosa inutilidad de explicarle algo a cualquiera"


Fue su mejor enemigo. Nunca se arrepintió de sus errores. Y nunca pudo olvidarse de la guerra y sus heridas. En la Primera Gran Guerra una herida de bala le había dejado completamente sordo del oído derecho. Toda su vida escuchó un zumbido:"un tren que pasa sin cesar"

Un acercamiento a los secretos, a las pequeñas miserias cotidianas, a las manías, las fobias, tinieblas e iluminaciones de un escritor inevitable.

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