martes, 24 de junio de 2008

sábado 14 de junio de 2008
CLARICE LISPECTOR
FRAGMENTO INEDITO
Metafísica, antídoto contra las noticias






Publicadas cada sábado en el "Jornal do Brasil", entre 1967 y 1973, estas cronicas fueron reunidas en "A descoberta do mundo". los fragmentos elegidos traducidos especialmente por el poeta Rodolfo Alonso, uno de los primeros traductores al castellano de Pessoa, revelan las amplias y saludables licencias de Lispector hacia el género periodístico, en la expresión de la subjetividad.







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6 DE JULIO DE 1968
EL DESCUBRIMIENTO DEL MUNDO


Lo que quiero contar es tan delicado como la propia vida. Y quisiera poder usar la delicadeza que también tengo en mí, junto a la corpulencia de campesina que es lo que me salva.

Cuando niña, y después adolescente, fui precoz en muchas cosas. En sentir un ambiente, por ejemplo, en aprehender la atmósfera íntima de una persona. Por otro lado, lejos de ser precoz, tenía un increíble atraso con relación a otras cosas importantes. Continúo además atrasada en muchos terrenos. Nada puedo hacer: parece que hay en mí un lado infantil que no crece jamás.

Hasta después de los trece años, por ejemplo, yo estaba atrasada en cuanto a lo que los norteamericanos denominan los hechos de la vida. Esa expresión se refiere a la relación profunda de amor entre un hombre y una mujer, de la cual nacen los hijos. ¿O será que yo adivinaba pero enturbiaba mi posibilidad de lucidez para poder, sin escandalizarme conmigo misma, continuar con inocencia acicalándome para los niños? Acicalarme a los once años de edad consistía en lavarme la cara muchas veces hasta que la piel estirada brillase. Así, yo me sentía preparada. ¿Sería mi ignorancia un modo disimulado e inconsciente de mantenerme ingenua para poder continuar, sin culpa, pensando en los niños? Creo que sí. Porque siempre supe de cosas que ni yo misma sé que sé.

Mis compañeras de colegio sabían de todo e inclusive contaban anécdotas al respecto. Yo no entendía pero fingía comprender para que ellas no me despreciaran junto con mi ignorancia.

Entretanto, sin saber de la realidad, continuaba por puro instinto flirteando con los niños que me agradaban, pensando en ellos. Mi instinto había precedido a mi inteligencia.

Hasta que un día, ya pasados los trece años, como si sólo entonces me sintiese madura para recibir alguna realidad que me chocase, le conté a una amiga íntima mi secreto: que yo era ignorante y había fingido ser sabedora. Ella no me creyó del todo, tan bien había fingido antes. Pero terminó sintiendo mi sinceridad y ella misma se encargó allí mismo en la esquina de esclarecerme sobre el misterio de la vida. Sólo que también ella era una niña y no supo hablar de un modo que no hiriese mi sensibilidad de entonces. Quedé paralizada mirándola, mezclando perplejidad, terror, indignación, inocencia mortalmente herida. Mentalmente yo tartamudeaba: ¿pero por qué?, ¿pero por qué? El choque fue tan grande —y por unos meses traumatizante— que allí mismo en la esquina juré en voz alta que nunca iba a casarme.

Aunque meses después olvidase el juramento y continuara con mis pequeños galanteos.

Después, con el correr del tiempo, en vez de sentirme escandalizada por la forma en que una mujer y un hombre se unen, pasé a encontrar esa forma de una gran perfección. Y también de gran delicadeza. Para entonces ya me había transformado en una muchachita alta, pensativa, rebelde, todo mezclado con bastante salvajismo y mucha timidez.

Antes de reconciliarme con el proceso de la vida, mientras tanto, sufrí mucho, lo que podría haber sido evitado si un adulto responsable se hubiese encargado de contarme cómo era el amor. Ese adulto hubiera sabido cómo lidiar con un alma infantil sin martirizarla con la sorpresa, sin obligarla a tener que rehacerse completamente sola para aceptar de nuevo la vida y sus misterios.

Porque lo más sorprendente es que, incluso después de saber de todo, el misterio continuó intacto. Aunque yo sepa que de una planta brota una flor, continúo sorprendida con los caminos secretos de la naturaleza. Y si continúo hasta hoy con pudor no es porque lo encuentre vergonzoso, es simplemente pudor femenino.

Porque juro que la vida es bonita.


3 DE JULIO DE 1971
CHARLA MEDIO EN SERIO
CON TOM JOBIM


Tom Jobim fue mi padrino durante el I Festival de Escritores, no me acuerdo qué año, en la presentación de mi novela La manzana en la oscuridad. Y en nuestro stand él hacía bromas: sostenía el libro en la mano y preguntaba:

— ¿Quién compra? ¿Quién quiere comprar?

—No sé, pero el hecho es que vendí todos los ejemplares.

Un día, hace algún tiempo, Tom vino a visitarme: hacía años que no nos veíamos. Era el mismo Tom: bello, simpático, con el aire de pureza que tiene, con los cabellos medio caídos en la cabeza. Un whisky y la charla que se fue poniendo más seria. Reproduciré literalmente nuestros diálogos (tomé notas, a él no le molestó).

—¿Tom, cómo encaras el problema de la madurez?

—Hay un verso de Drummond que dice: "La madurez, esa prenda horrible...". No sé, Clarice, nos volvemos más capaces, pero también más exigentes.

—Nada mal, está bien que exijamos.

—Con la madurez, pasamos a tener conciencia de una serie de cosas que antes no teníamos, incluso los instintos más espontáneos pasan por el filtro. La policía del espacio está presente, esa policía que es nuestra verdadera policía. He notado que la música está cambiando con los medios de difusión, con la pereza de ir hasta el Teatro Municipal. Quiero hacerte esta pregunta con respecto a la lectura de libros, pues hoy en día están oyendo televisión y radio a pilas, medios inadecuados. Todo lo que escribí de erudito y más serio queda en el cajón. Que no haya malentendido: a la música popular, la considero más que seria. ¿Será que hoy en día la gente sigue leyendo como yo leía cuando niño, teniendo el hábito de ir a la cama con un libro antes de dormir? Porque siento una especie de falta de tiempo de la humanidad, lo que va a entrar justamente es la lectura dinámica. ¿Qué te parece?

—Sufro si eso ocurriera, que alguien lea mis libros apenas con el dinámico método del da-vuelta-rápido-la-página. Los escribí con amor, atención, dolor e investigación, y quería de vuelta como mínimo una atención completa. Una atención y un interés como el tuyo, Tom. Y mientras tanto lo cómico es que ya no tengo paciencia para leer ficción.

—¡Pero ahí te estás contradiciendo, Clarice!

—No, mis libros, felizmente para mí, no están repletos de hechos, y sí de la repercusión de los hechos en el individuo. Hay quien dice que la música y la literatura se van a acabar. ¿Sabes quién dice eso? Henry Miller. No sé si él quería decir ahora o para dentro de 300 o 500 años. Pero creo que nunca acabarán.

Risa feliz de Tom:

—¡Pues yo, sabes, también lo creo!

—Me parece que el sonido de la música es imprescindible para el ser humano y que el uso de la palabra hablada y escrita es como la música, dos cosas de las más altas que nos elevan del reino de los monos, del reino animal.

—¡Y mineral también, y vegetal también! (Se ríe.) Me parece que soy un buen músico que cree en las palabras. Ayer leí tu El búfalo y la imitación de la rosa.

—Sí, pero es la muerte a veces.

—La muerte no existe, Clarice. Tuve una experiencia que me reveló eso. Así como tampoco existe el yo ni el yoíto ni el yoyazo. Fuera de esa experiencia que no voy a contar, temo a la muerte 24 horas al día. La muerte del yo, te lo juro, Clarice, porque yo vi.

—¿Crees en la reencarnación?

—No sé. Dicen los hindúes que sólo entiende de reencarnación quien tiene conciencia de las varias vidas que vivió. Evidentemente, no es mi punto de vista; si existe reencarnación, sólo puede ser por un despojamiento.

Le di entonces el epígrafe de uno de mis libros: es una frase de Bernard Berenson, crítico de arte: "Una vida completa tal vez sea aquella que termina en tal identificación con el no-yo que no queda un yo para morir".


6 DE NOVIEMBRE DE 1971
EL USO DEL INTELECTO


Tal vez ése haya sido mi mayor esfuerzo de vida: para comprender mi no-inteligencia, mi sentimiento, fui obligada a volverme inteligente. (Se usa la inteligencia para entender la no-inteligencia. Sólo que después el instrumento "el intelecto", por defecto del juego continúa siendo usado, y no podemos tomar las cosas con las manos limpias, directamente en la fuente.)

LA EXPERIENCIA MAYOR


Yo antes había querido ser los otros para conocer lo que no era yo. Entendí entonces que yo ya había sido los otros y eso era fácil. Mi experiencia mayor sería ser la esencia de los otros: y la esencia de los otros era yo.


MENTIR, PENSAR


Lo peor de mentir es que crea falsa verdad. (No, no es tan obvio como parece, no es un truismo: sé que estoy diciendo una cosa y que simplemente no sé decirla de manera exacta, sin embargo lo que me irrita es que todo tiene que ser de manera exacta, imposición muy limitativa.) ¿Pero qué es precisamente lo que estaba intentando pensar? Tal vez eso: si la mentira fuera apenas la negación de la verdad, entonces ésta sería una de las maneras, por negación, de probar la verdad. Pero la peor mentira es mentira creadora. (No hay duda: pensar me irrita, pues antes de comenzar a intentar pensar yo sabía muy bien lo que sabía.)


ESCRIBIR LAS ENTRELINEAS


Entonces escribir es la táctica de quien tiene la palabra como carnada: la palabra pescando lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra, "la entrelínea", muerde la carnada, algo se escribió. Una vez que se pescó la entrelínea, se puede con alivio tirar la palabra. Pero ahí cesa la analogía: la no-palabra, al morder la carnada, la incorporó. Lo que salva entonces es escribir distraídamente.


ACORDARSE DE LO QUE NO EXISTIO


Escribir es tantas veces acordarse de lo que nunca existió. ¿Cómo lograré saber de lo que ni siquiera sé? Así: como si me acordara. Con un esfuerzo de la memoria, como si nunca hubiera nacido. Nunca nací, nunca viví: pero me acuerdo, y el recuerdo está en carne viva.


Los fragmentos reproducidos fueron publicados en A descoberta do mundo, de Editora Rocco. El poeta Rodolfo Alonso ha traducido varios relatos de Lispector para su antología La tercera orilla del río y otros textos, (CEAL, 1983).

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