martes, 24 de junio de 2008

El que habla nunca está







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Dominique Sampiero no es de París. Eso, creo, se adivierte enseguida: su poesía parte siempre de algo muy pequeño, cotidiano, y de ahí llega a lo esencial, sin mediaciones. En todo lo que escribe hay una angustia atemporal, inherente al ser humano, y otra, contingente, vinculada directamente con el hoy, estrictamente temporal. Es maestro, tiene más de doce libros publicados y varios premios, entre ellos el Troubadour. Sólo puedo decir que lo elegí porque me gusta mucho: tiene algo medular, es decir, encontró una médula que une el mundo, la poesía, el lenguaje y el corazón del autor. Además lo elegí porque aquí conocemos pocos poetas de generación intermedia de otros países. Dos de sus mejores frases son: "El que habla nunca está" y "Rezar borra el cuerpo, la oración, el dios". Pero aunque ambas frases se cumplen en toda su poesía, lo que queda no es ausencia, por el contrario es una presencia muy fuerte, no de un autor, de algo humano desesperado, un desgarro esencial que nada menos, pero tan sólo, cuenta con el lenguaje. Y no es suficiente. S.V.

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